Quienes hacemos acompañamiento a mujeres víctimas de violencia jamás las culpamos ni las responsabilizamos de los agravios ejercidos en su contra. No revictimizamos.

Hace muchos años escuché por primera vez el dicho popular que dice que "cada pueblo tiene el gobierno que se merece". Cada vez que oigo esa frase pienso que es una manera mezquina de quienes han ostentado el poder, de responsabilizar a la ciudadanía mexicana de los daños que causa su pésimo trabajo.

La joven democracia mexicana pasó, de la dictadura de partido, a la alternancia partidista en muy poco tiempo. Sin embargo, eso no elevó la calidad de la discusión ni mejoró la actuación de la clase política. Tampoco trajo los resultados prometidos en las costosísimas campañas. Quienes llegan a ocupar espacios públicos parecen más preocupados por el hueso, el beneficio personal y el poder por el poder, que por el bienestar de la ciudadanía que los puso en las oficinas, curules y cargos.

Sin duda, a partir de las elecciones del año 2000, podemos identificar avances en la participación política de ciertos grupos de población. En muchas legislaturas se ha alcanzado la representación paritaria de mujeres y hombres, hay mayor representatividad de personas indígenas o con discapacidad, y se "ven" personas que forman parte de las disidencias sexuales. Sin embargo, el poder sigue en manos de personas, principalmente hombres, de piel clara, heterosexuales, alto nivel socioeconómico, educación privada y de zona urbana. Por décadas, ellos han ocupado los puestos de toma decisión; han transitado por todos los partidos y corrientes políticas; han dando muestra constante de que la congruencia vale menos que las prerrogativas mensuales y son prueba de que vale mucho la pena "vivir" y "tomar" de nuestros impuestos.

El 2 de junio, nuevamente veremos plasmados en las boletas los nombres de mujeres y hombres que no se han distinguido por su trabajo por las y los mexicanos, sino por su lealtad quasi religiosa a partidos, movimientos y caudillos en turno. La elección no será entre quienes tienen una destacada actuación en la defensa de nuestros derechos, sino entre quien sale mejor en la foto, es más dicharachera o tiene más dinero. Una vez más en las candidaturas, avaladas por supuestas elecciones internas, procesos ciudadanos y encuestas dudosas, se impusieron los intereses de los líderes partidistas.

De las independientes ni hablamos porque los partidos políticos se han encargado de que estas candidaturas sean totalmente inviables. A la ciudadanía interesada en participar en la contienda no le queda más remedio que "vender su alma" a un partido (peor que vendérsela al diablo.)

Las elecciones del 2 de junio de 2024 no pintan mejor.

Después del pésimo primer debate presidencial el desconsuelo cunde como pólvora. Los y las mexicanas tendremos que elegir entre quien ya da dinero, quien promete más dinero y quien pareciera solo querer dinero.

Eso no es lo que México se merece.

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