La vergonzosa exhibición de machismo que protagonizaron el morenista Gerardo Fernández Noroña y el priista Alejandro "Alito" Moreno al agarrarse a golpes en la tribuna del Senado no es una novedad. La política mexicana está llena de escenas similares: en diciembre de 2024, Adán Augusto López sostuvo una acalorada discusión con el panista Enrique Vargas que terminó en jaloneos en los pasillos; en 2019, el día que Rosario Piedra Ibarra rindió protesta como titular de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, legisladores del PAN y de Morena intercambiaron empujones, insultos y manotazos.
En Querétaro tampoco estamos exentos. El coordinador panista Memo Vega y el morenista Homero Barrera protagonizaron una gritoniza en plena Legislatura local. Y cómo olvidar las famosas “patadas voladoras” de Pancho Domínguez en la toma de posesión de Felipe Calderón, sus gritos con el priista Héctor Lira, las versiones que circularon en medios sobre un pleito con Pepe Calzada en un restaurante y más recientemente, un altercado en un bar del Paseo de la República que lo trajo de regresó a los titulares.
Estos episodios, lejos de ser hechos aislados, muestran una constante: políticos de distintos partidos que creen que la fuerza y la violencia son requisitos para avanzar sus carreras políticas. Lo que todos tienen en común es el ejercicio de la política basada en la agresión, el dominio y la incapacidad de resolver conflictos con el diálogo.
En su toma de posesión, la presidenta Claudia Sheinbaum subrayó que con ella “llegamos todas”. Pero la llegada de una mujer a la presidencia se quedaron muchos. Tener a una mujer al frente del gobierno no borró de un plumazo a los hombres machistas, misóginos y sexistas que dominan en el espacio público. Siguen ahí, confundiendo asertividad con agresividad, violentando a sus compañeras legisladoras y solapando a agresores como Cuauhtémoc Blanco.
La política mexicana refleja un problema socio cultural lacerante: la expectativa de que los hombres deben ser fuertes, dominantes, autosuficientes y agresivos. Esa presión de “ser hombres de verdad” no solo justifica las trompadas en el Congreso o los insultos en las legislaturas locales; también limita la comunicación y daña la vida pública. Peor aún, normaliza la violencia.
Si bien el feminismo ha obligado a redefinir y reconsiderar el rol de las niñas y las mujeres en México, es necesario que los hombres del poder se cuestionen sobre su papel en la sociedad y las graves consecuencias que el proceso la polarización y el machismo que plaga sus conductas, discurso y prácticas políticas tienen en la sociedad.
En México merecemos representantes capaces de debatir con ideas, no con golpes. Lo más preocupante es que muchos celebran estas peleas como un espectáculo, cuando en realidad perpetúan una política de machos, no de ciudadanos.
Los últimos zafarranchos demuestran que no hay nada más parecido a un macho de derecha que un macho de izquierda.
Titular de Aliadas Incidencia
Estratégica e integrante de la
Red Nacional de Alertistas.
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