El fin de semana amanecimos con la noticia del ataque del grupo terrorista Hamas contra Israel. Las imágenes son aterradoras siempre acompañan a estos conflictos.

Las imágenes de las jóvenes secuestradas por Hamas, exhibidas y lastimadas por los combatientes palestinos, me provocaron un terrible dolor. El mismo dolor me causó ver a una mujer ucraniana que murió durante un bombardeo ruso, la pérdida total de derechos de las afganas y pensar en las 98 niñas que aún continúan cautivas por Boko Haram en Nigeria. Todas ellas nos muestran el terror que viven las mujeres que se encuentran en zonas de guerra.

En México, la fallida guerra en contra del crimen organizado, que oficialmente no existe, y el tener a los militares en las calles, ha dejado secuelas en miles de mujeres. Ahí están las que hoy buscan en los cerros, baldíos y drenajes a sus hijos e hijas; ahí están las que han vivido tortura sexual a manos de los militares y guardias nacionales que hoy patrullan nuestras calles. Ahí las madres de las miles de mujeres asesinadas que marchan clamando justicia.

Los hombres que hacen la guerra, dentro o fuera de su país, nunca consideran el impacto que sus decisiones tienen en las mujeres, igual que no nos toman en cuenta cuando sus gobiernos diseñan la política pública en materia de seguridad o cuando defienden a los militares y marinos agresores. Para ellos las mujeres somos tan solo daño colateral. La mayoría de las sentencias de la Corte Interamericana en contra de México son debido a las violaciones y agresiones sexuales de mujeres a manos de la policía y el ejército.

Las mujeres hemos trabajado para la transformación social desde la perspectiva de la paz, la igualdad y la no violencia, pero rara vez somos escuchadas. Seguimos sin tener un lugar en la mesa.

Desafortunadamente, la solución a los conflictos armados y las estrategias de seguridad siempre se centra en la militarización y el incremento de armamento, como el que hoy recorre nuestras calles.

Estas estrategias machistas necesitan de y propician el empoderamiento de masculinidades tóxicas que ven a las mujeres como débiles, inferiores, frágiles y subordinadas. Seres sin voz que no comprenden que solo los hombres pueden brindarles protección, aunque esa protección resulte en más terror y violencia en contra de ellas.

Tenemos un cuerpo jurídico internacional que garantiza igualdad, solidaridad entre los Estados y la inclusión de las mujeres en los procesos de paz. Sin embargo no funciona porque en las mesas de negociación, donde se toman las decisiones, las mujeres no están. En tanto no repensemos la solución de los conflictos de otra manera, las páginas de los periódicos y las pantallas de televisión seguirán llenándose con imágenes de mujeres que mueren, sufren y lloran a sus hijos e hijas en guerras que ellas no provocaron.

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