El 10 de diciembre de 1948, cuando el mundo buscaba recuperarse de la 2ª guerra, la Asamblea General de la ONU adoptó la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese documento, cuya redacción fue coordinada por Eleanor Roosevelt, se convirtió en un compromiso ético mundial que colocó en su centro la dignidad de todas las personas y la necesidad de una protección universal.
Desde una lectura feminista, el papel de Roosevelt adquiere un peso particular porque gracias at su liderazgo la Declaración consideró, los derechos de las mujeres.
El reconocimiento del derecho a la igualdad, la libertad y la protección contra la violencia sentó las bases para desarrollar instrumentos de defensa de los derechos humanos de las mujeres, como la Convención para la Eliminación de Toda Forma de Discriminación contra la Mujer (CEDAW), considerada la carta internacional de los derechos de mujeres y niñas.
La visión de Roosevelt obliga a los gobiernos a proteger, respetar y garantizar los derechos humanos, y afirma que todas las personas nacen libres e iguales; por ello ninguna cultura, religión, tradición o sistema político puede justificar la discriminación contra las mujeres.
Estudios del Banco Mundial y de la CEPAL muestran que cuando los países adoptan marcos legales alineados con los estándares universales (incluyendo igualdad ante la ley, acceso a la educación y protección frente a la violencia) mejoran las condiciones de bienestar de las mujeres y sus comunidades. Según análisis de ONU Mujeres y centros académicos como la UNAM, la claridad política de Roosevelt permitió enlazar la igualdad formal con la transformación de estructuras que históricamente han subordinado a las mujeres y limitan sus oportunidades.
En México, estos principios han permeado reformas constitucionales, políticas públicas y mecanismos de justicia para responder a un contexto de violencia que continúa afectando desproporcionadamente a mujeres y niñas en todo el país.
La Declaración Universal sigue siendo una brújula indispensable para el camino que aún debemos recorrer para que los derechos humanos no sean concesiones de los Estados, sino límites éticos frente al poder.
Defender la igualdad entre mujeres y hombres implica volver una y otra vez a ese texto fundacional y tener la mira en su promesa más profunda: que la dignidad de ninguna pueda ser vulnerada bajo ninguna circunstancia.
A casi ocho décadas de su adopción, debemos preguntarnos si los avances logrados han beneficiado realmente a todas las mujeres, especialmente a quienes enfrentan pobreza, racismo, clasismo y violencia estructural. Ese puente entre principios universales y demandas concretas sigue inspirando al feminismo que reclama educación, autonomía económica y libertad frente a la violencia como condiciones esenciales para ejercer plenamente los derechos humanos.
A 77 años de su creación, la Declaración Universal de los Derechos Humanos sigue siendo guía para toda la humanidad.
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