Hace dos semanas te conté un poco acerca del Vaticano. Esta semana quiero seguir compartiéndote más sobre este increíble lugar, en especial sobre algunas de sus salas y las obras que resguardan. Como te mencioné en la columna anterior, el Vaticano cuenta con alrededor de 26 museos.

Uno de estos museos es la Pinacoteca, donde se conserva una de las obras más emblemáticas de Rafael Sanzio: La Transfiguración. Si bien en La estancia del incendio del Borgo, pintura que se encuentra asimismo en el vaticano, Rafael, ya comienza a cuestionar y romper ciertos esquemas, en La Transfiguración ese contraste es aún más fuerte: la parte superior es muy clásica, refleja equilibrio, serenidad y orden, con figuras idealizadas y una composición armoniosa, muy en línea con los ideales del Renacimiento. En contraste, la parte inferior se adentra en el manierismo: los cuerpos son más alargados, los gestos intensos, las emociones desbordadas y la composición mucho más dinámica y compleja. Hay una tensión dramática, casi violenta, que contrasta con la serenidad que solemos asociar con Rafael. Esa fuerza, tan distinta a lo que venía haciendo, nos hace pensar que justo ahí estaba a punto de abrir una nueva etapa en su arte. Y entonces, falleció. Su partida llegó cuando estaba transformándose, cuando algo distinto empezaba a asomarse en su obra.

Otra de las salas es la de Arte Moderno y Contemporáneo. Se encuentra justo antes de entrar a la Capilla Sixtina. Generalmente, los tours te llevan por esa entrada y uno camina entre obras de gran formato de Henri Matisse. Son piezas impresionantes que, sin embargo, en muchas ocasiones pasan desapercibidas porque la gente va con la emoción puesta en llegar a la Capilla Sixtina. Entre estas obras destaca un boceto de La Virgen y el Niño, creado como parte del diseño para la escultura que se colocaría en el presbiterio de la Capilla de Vence. Ésta, fue un proyecto integral en el que el artista trabajó en todo: vitrales, murales, vestimentas litúrgicas y más.

En esta misma sala también se encuentra una pintura de Vincent van Gogh, su versión de La Piedad, una interpretación de la famosa escena bíblica. Tanto esta obra como La Transfiguración de Rafael resultan especialmente interesantes, porque muestran a dos artistas muy distintos, que, a su manera, tuvieron una relación compleja con la religión. Rafael, a pesar de su vínculo tan fuerte con lo espiritual, también mostraba dudas. Y Van Gogh, por su parte, incluso llegó a considerar ser pastor y predicar la palabra de Dios, aunque con el tiempo entendió que ese no era su camino. Me llama mucho la atención cómo estas tensiones personales con la fe no impidieron que sus obras formaran parte de la colección del Vaticano. Que el Vaticano tenga piezas de artistas que se atrevieron a cuestionar la religión, o que la vivieron desde lugares poco convencionales, me parece muy interesante.

Tener un museo dedicado al arte moderno y contemporáneo habla de la intención de buscar conectar con nuevas formas de representar lo espiritual, abrir espacio a miradas más actuales, donde la religión no siempre está al centro, pero sigue presente. Es como si el Vaticano buscara una nueva manera de dialogar con el arte y, a través de él, con el mundo de hoy.

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