Algo que me gusta mucho del arte es su capacidad para ayudarnos a entender la vida misma. Es una herramienta que nos permite darle sentido a aquello que a veces no podemos explicar con palabras; nos ofrece imágenes que se pueden traducir en emociones, pensamientos o misterios que nos cuesta comprender. Uno de los temas que más me fascina es cómo el arte aborda las distintas etapas de la vida y entre ellas, la muerte. De hecho, existe un género completo dedicado a reflexionar sobre ella: el Memento Mori. Hoy quiero contarte sobre algunas obras que exploran este tema con profundidad.

Hace un par de semanas mientras caminaba por un museo, me encontré con un mosaico romano del siglo III a.C., elaborado por artesanos y ubicado originalmente en una zona funeraria. En él se representa a un esqueleto recostado, símbolo de la muerte, acompañado de una inscripción en griego que dice gnothi seauton, que significa “conócete a ti mismo”. Este consejo, heredado del oráculo de Delfos, nos recuerda que la naturaleza humana tiene límites y que debemos comprenderlos, así como reconocer nuestro tiempo finito en esta vida terrenal. Muchas de estas figuras de esqueletos se conocían como fantasmas de convivencia y solían colocarse en lugares visibles, incluso como decoraciones en las mesas de los grandes banquetes. Su propósito era invitar a la reflexión: recordarnos nuestra condición mortal y, al mismo tiempo, impulsarnos a disfrutar plenamente de la existencia.

Otra de las esculturas que tuve la oportunidad de ver hace un par de semanas fue una obra del gran arquitecto y escultor Gian Lorenzo Bernini, uno de los artistas prodigio del barroco y, sin duda, uno de los favoritos de la Iglesia católica. Su huella se extiende por casi toda la Basílica de San Pedro, en Roma. Entre las muchas obras que adornan este imponente lugar, hay una que me parece especialmente fascinante: el monumento funerario del papa Alejandro VII. En este monumento se pueden apreciar varias esculturas. A los costados, figuran mujeres que representan las virtudes del papa al que se rinde homenaje. Los pliegues de sus vestiduras son un ejemplo sublime del talento de Bernini: su manejo del mármol es tan extraordinario que la piedra parece transformarse en auténtica tela.

Sobre ellas se encuentra la figura del papa Alejandro VII, esculpido como un hombre común, arrodillado y rezando por su alma. Pero el detalle más impactante se encuentra en la parte inferior del monumento: un esqueleto que sostiene un reloj de arena, recordándonos que el tiempo es limitado. Ese esqueleto, mitad mensajero y mitad guardián, nos recuerda que nuestros días, como los del papa, están contados, y que la vida, por muy eterna que parezca, es tan efímera como la arena que cae entre sus manos.

El arte es un recordatorio. En este caso, un recordatorio de que estamos anclados a la vida, de que nuestros días están contados, pero también de que vale la pena celebrarlos. El arte nos invita a reflexionar sobre la muerte, sí, pero también a valorar lo que tenemos, lo que somos y el tiempo que compartimos con los demás. Pero, ¿tú qué opinas? ¿crees que somos realmente conscientes de que nuestro tiempo es limitado?

*Lic. en Historia del Arte y Curaduría

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