Hace un par de semanas tuve la oportunidad de trabajar en un lugar rodeada de animalitos que, por ahora, no tienen un hogar ni alguien que los acompañe siempre. Solo reciben el cuidado de unas cuantas manos solidarias que hacen todo lo posible por darles cariño. No es fácil estar ahí, porque duele verlos sin una familia; sin embargo, en medio de esa tristeza hay algo inevitable: terminas encariñándote con ellos. En ese entorno pensé, por un instante, en alejarme del ámbito artístico. Pero bastó volver a ver una obra para que mi piel se erizara. Con el arte pasa lo mismo que con los perritos: te encariñas sin remedio. Es como ese gran amor de tu vida que, aunque intentes alejarte, sabes que siempre estará ahí, esperándote.

Durante mucho tiempo pensé que era ingenuo creer que el arte podía cambiar vidas, que podía crear puentes para ayudar a las personas o incluso a los animales. Pero estaba equivocada. El arte es todo eso, y justamente por eso me atrapa. En cada pincelada se esconde un deseo de cambio, una emoción, una ilusión. A veces dice todo, a veces parece no decir nada, y esa dualidad es lo que me conmueve.

El jueves pasado lo confirmé una vez más, el arte es, sin duda, un camino de transformación. Ese día pude ver los resultados de un seminario impartido a un grupo de personas en situación de vulnerabilidad. Pude apreciar quince obras que gritaban esa característica transformadora del arte, cada una de las obras estaban llenas de pasión, de emociones intensas y de libertad.

Hoy quiero contarte sobre eso: lo que significa para mí estar frente a una obra cargada de sentimientos. Sin duda, cada persona vive esta experiencia de manera distinta, pero para mí es algo sublime. Al principio, mis emociones están a flor de piel mientras mi mente busca por dónde empezar a apreciar la obra. Observo los detalles del exterior hacia el interior y luego regreso del interior hacia afuera. Busco pinceladas bruscas, suaves; rastreo emociones escondidas y me dejo llevar por los sentimientos presentes. Intento comprender el contexto: cómo y cuándo se hizo, bajo qué condiciones; esto me ayuda a encontrarle sentido, a descubrir su significado y a sentirme parte de él. Es fascinante cómo cada persona puede darle su propia interpretación a una obra, pero cuando logras captar lo que el artista quiso transmitir, la experiencia es aún más gratificante: es como si, por un instante, hubieras estado con ella o él, compartiendo su mundo y sus emociones.

Pienso que el arte es un camino, y sin duda, no es para todos, como cualquier otra profesión. Para mí, más allá de un medio de vida, el arte es una forma de comprender el mundo y de conectarse con los demás. Es un lenguaje que no siempre necesita palabras, que comunica emociones, historias y sueños. Valoro profundamente a mis colegas del ámbito: gracias por compartir una parte de ustedes a través de su trabajo artístico, por regalarme un poco de su alma. Y gracias a ti, arte, por mostrarme este camino y recordarme, una y otra vez, que contigo nunca me pierdo. Pero ¿Tú qué opinas? ¿Crees que el arte es una profesión válida?

*Lic. en Historia del Arte y Curaduría

Especializada en Museografía

Google News