Hace un par de semanas pude ir a un museo donde me encontré con una obra de una de las artistas mexicanas más reconocidas: Frida Kahlo. Siempre me ha parecido que Frida tenía una forma muy particular de representar su realidad; a través de su propio surrealismo, encontraba maneras profundamente honestas —y a veces incómodas— de plasmar lo que vivía, lo que sentía y lo que cargaba en el cuerpo y en el alma.

Hoy quiero hablarte un poco de ella y de una obra en específico, una pieza tan singular que durante muchos años estuvo escondida. Tal vez por ser demasiado directa o quizá porque confronta de frente algo que muchas veces preferimos no mirar. Hay una frase suya que siempre regresa a mi mente: “Pies, ¿para qué los quiero, si tengo alas para volar?” Pensé en ella inevitablemente cuando me encontré con una pintura que Frida realizó como homenaje a Dorothy Hale.

Esta obra fue un encargo de Clare Boothe Luce, escritora reconocida y mejor amiga de Dorothy. Hale fue una joven actriz con una vida complicada, marcada por fracasos profesionales y una fuerte carga emocional. Tras un proyecto fallido que no pudo sobrellevar, decidió atentar contra su vida. Dicen que, siendo la diva que era, se puso su vestido favorito y saltó desde la ventana de su departamento en Nueva York, provocando su muerte.

Clare Boothe Luce encargó esta pintura a Frida porque admiraba profundamente su trabajo; sin embargo, el resultado fue demasiado impactante para ella. En la obra podemos ver el edificio de departamentos y, en la parte superior, una figura diminuta que cae al vacío. En el centro, Dorothy parece flotar entre nubes que también pueden leerse como alas: esas alas que Frida decía necesitar para volar. En la parte inferior, aparece el cuerpo de la actriz ya sin vida, aún con su vestido, marcando el trágico desenlace de la escena.

Algo particularmente inquietante de esta obra es su perspectiva casi tridimensional: una parte del cuerpo de la retratada parece salir del lienzo, rompiendo el límite entre la pintura y el espectador. En la parte inferior hay una dedicatoria que describe el hecho. Se dice que originalmente incluía el nombre de Clare Boothe Luce; sin embargo, al recibirla, quedó tan impactada que pidió que su nombre fuera retirado y guardó la obra durante años, lejos de la mirada pública. Tiempo después, la obra terminó en un museo en Phoenix, donde hoy puede ser vista como un testimonio incómodo pero poderoso de cómo el arte también puede narrar la muerte, el duelo y la fragilidad humana sin concesiones.

El arte también es incomodidad y confrontación. No siempre busca consolar, a veces simplemente dice la verdad, incluso cuando duele. Quizá ahí radica su fuerza: en obligarnos a mirar de frente lo humano, lo frágil y lo inevitable. Pero tú, ¿qué opinas? ¿Crees que el arte tiene la responsabilidad de ser bonito o basta con que sea honesto?

*Lic. en Historia del Arte y Curaduría

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