La obesidad es hoy uno de los mayores problemas de salud en el mundo. Se calcula que casi la mitad de los adultos la padece y que siete de cada diez mujeres en edad reproductiva también viven con ella. En México, la situación es aún más preocupante: somos el segundo lugar mundial en obesidad en adultos y el primero en obesidad infantil. Esto significa que muchas mujeres llegan al embarazo ya con sobrepeso u obesidad, y eso impacta desde el inicio tanto su salud como la de sus bebés.

El embarazo es un reto para el cuerpo. Cuando hay obesidad, ese esfuerzo se multiplica y condiciona riesgos adicionales. Es más común que se presenten complicaciones como diabetes gestacional o preeclampsia. Los partos también tienen mayor riesgo de complicaciones y aumenta la necesidad de cesárea. Además, los bebés de mamás con obesidad tienen más riesgo de nacer prematuros o tener algun congénito, sobre todo en el corazón y el sistema nervioso. Pero el impacto no termina ahí. Estos bebés tienen más probabilidades de desarrollar obesidad, diabetes y problemas cardiovasculares a lo largo de su vida. Desde el útero, su organismo queda programado para estas condiciones.

La buena noticia es que este no es un destino asegurado. El embarazo es una gran oportunidad para adoptar un estilo de vida saludable; mejorar la alimentación, moverse más, dormir bien, etc. Pero no podemos dejar toda la responsabilidad en las mujeres. Necesitamos políticas públicas que faciliten el acceso a alimentos saludables y actividad física, escuelas que promuevan buenos hábitos y parejas y familias que acompañen estos cambios. El embarazo es un momento clave para romper el círculo de la obesidad y darle a las nuevas generaciones un mejor comienzo. Cuidar el peso no es una cuestión de estética o moda, es una prioridad para nuestra salud y la de las generaciones por venir.

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