Cuando pensamos en herencia, generalmente nos imaginamos que todo está escrito en los genes. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que no solo importa el “código genético”, sino también cómo ese código se interpreta o se expresa. A esto se le llama epigenética, la ciencia que estudia cómo los factores ambientales —como la alimentación, el estrés o las toxinas— pueden modificar la forma en que se expresan nuestros genes, sin alterar el ADN en sí.

Durante el embarazo, mamá no solo esta formando un ser humano, sino que a través de sus hábitos y estilo de vida también influye en cómo se activan o desactivan ciertos genes de bebé. Es como si, además de dar las letras del libro, le estuviera marcando las palabras más importantes. ¿Y qué significa esto en la práctica? Que los hábitos de mamá durante el embarazo tienen un impacto profundo a largo plazo en la salud del bebé, incluso muchos años después de nacer. Por ejemplo, sabemos que una alimentación balanceada durante el embarazo se asocia con menor riesgo de obesidad, diabetes y enfermedades cardiovasculares en la vida adulta de su bebé. El estrés crónico, por otro lado, puede afectar el desarrollo neurológico de bebé y aumentar el riesgo de problemas emocionales o de aprendizaje en la infancia. Lo mismo ocurre con sustancias como el tabaco, el alcohol o ciertas exposiciones ambientales.

Hoy sabemos que cuidar la salud materna no es solo cuidar a la madre, sino también construir las bases biológicas, emocionales y cognitivas de la próxima generación. Es apostar por una vida más saludable desde el origen. No se trata de culpas ni de perfección, sino de tomar conciencia del enorme poder que tiene el entorno intrauterino. Así que si estás embarazada o planeas estarlo, recuerda: cada elección, por pequeña que parezca mejora el futuro de tu bebé.

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