La guerra transforma todo. Interrumpe vidas, desplaza familias y fractura comunidades. Pero uno de sus efectos más silenciosos y duraderos ocurre dentro del útero. En medio del caos, miles de mujeres atraviesan el embarazo enfrentando carencias, estrés crónico y condiciones extremas que dejan huella no solo en ellas, sino en los bebés que están por nacer.

La ciencia ha documentado esto con claridad. Uno de los estudios más citados proviene del invierno de 1944-45, cuando los Países Bajos vivieron una hambruna devastadora durante la ocupación nazi. Las mujeres embarazadas que pasaron hambre en ese periodo tuvieron bebés con bajo peso al nacer, muchos de los cuales, décadas después, mostraron una mayor predisposición a enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y obesidad. Este fenómeno —conocido como programación fetal— sugiere que el entorno en el que se desarrolla un feto puede moldear su salud de por vida. Desde entonces, investigaciones en diferentes contextos de conflicto armado han confirmado hallazgos similares. El estrés materno severo, la desnutrición, las infecciones y la falta de atención prenatal afectan directamente el crecimiento fetal y el desarrollo neurológico. Además, estas condiciones aumentan la frecuencia de partos prematuros, restricción del crecimiento fetal y complicaciones en el nacimiento. Pero estos efectos no son solo biológicos: también son sociales. Las mujeres embarazadas en zonas de guerra enfrentan barreras enormes para acceder a atención médica básica. Muchas dan a luz en condiciones precarias, sin personal capacitado ni los insumos necesarios. El riesgo de muerte materna o neonatal se eleva dramáticamente.

Hablar del embarazo en tiempos de guerra es visibilizar una forma más de violencia silenciosa. Es reconocer que proteger la salud materna es también una forma de construir paz, de cuidar el futuro incluso en medio del presente más incierto. Hoy, cuando los conflictos armados siguen activos en distintas partes del mundo, no podemos olvidar que hay mujeres gestando en medio del fuego cruzado, y que sus bebés —aunque aún no nacen— ya están siendo marcados por las heridas de la guerra.

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