La placenta es el órgano que permite la conexión entre mamá y bebé durante el embarazo. Se forma en las primeras semanas y se implanta en la pared del útero para permitir el intercambio de oxígeno y nutrientes. Aunque pocas veces pensamos en su “ubicación”, la posición e inserción de la placenta son muy importantes en la evolución de un embarazo.
La placenta puede implantarse en distintas zonas del útero: anterior (hacia el frente), posterior (hacia la espalda), fúndica (en la parte superior) o lateral. Todas estas localizaciones son normales. En los primeros meses es común que la placenta se observe “baja” o cercana al cuello del útero. Esto no suele ser motivo de alarma: conforme el embarazo avanza, el útero crece y se estira, y la placenta parece “migrar” hacia arriba, aunque en realidad no se mueve, sino que el tejido uterino se expande.
Generalmente, hacia la semana 28–32 la mayoría de las placentas bajas ya se han desplazado a una posición segura. Sin embargo, cuando la placenta permanece cubriendo parcial o totalmente el orificio del cuello uterino, hablamos de placenta previa. Esta condición puede causar sangrados en el segundo o tercer trimestre, y requiere vigilancia estrecha. En otros casos, la placenta puede insertarse demasiado profundo en la pared del útero, esta complicación se conoce como acretismo placentario y se asocia a complicaciones graves al momento del parto. El ultrasonido es la herramienta principal para detectar estas alteraciones de localización o inserción placentaria, aunque en caso de sospecha se pueden recomendar estudios complementarios como ultrasonido especializado o resonancia magnética para confirmar el diagnóstico y planificar el seguimiento adecuado.
Aunque escuchar que la placenta “está baja” puede generar ansiedad, en la mayoría de los casos se resuelve con el crecimiento del útero. Lo importante es mantener un control prenatal regular. Con una adecuada vigilancia, tu médico puede anticipar posibles complicaciones y asegurar el bienestar de mamá y bebé.