La cesárea es una cirugía que salva vidas, sin embargo, en las últimas décadas se ha convertido en una intervención que se usa con más frecuencia de la necesaria. La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que, a nivel poblacional, las cesáreas representen alrededor del 10–15% de los nacimientos, ya que por encima de ese rango no se observa un beneficio adicional en la reducción de muerte materna o neonatal. En México, sin embargo, las cifras superan el 50% y en algunos hospitales llegan al 70%. Es decir, hacemos tres o cuatro veces más cesáreas de lo que la OMS considera razonable.

Comparado con otros países, México se ubica entre las tasas más altas de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE). En Estados Unidos la tasa cesárea ronda el 30%, en Canadá el 28% y en Reino Unido el 26%. En Europa, donde los modelos de atención incluyen mayor participación de partería, las tasas son aún menores. En América Latina la tendencia también es elevada: Brasil, República Dominicana, Chile y Uruguay reportan porcentajes muy altos. La región vive una verdadera “epidemia” de cesáreas, y México no es la excepción.

Cuando está bien indicada —placenta previa, riesgo de pérdida del bienestar fetal o una falta de progreso de trabajo de parto— una cesárea salva vidas. El problema surge cuando la cirugía se realiza por rutina, por presión institucional o por miedo a problemas legales. Como toda cirugía mayor, implica más riesgo de infección, hemorragia y complicaciones anestésicas que un parto vaginal. Además, incrementa la probabilidad de problemas en embarazos futuros, específicamente alteraciones de la incerción placentaria como placenta previa o acretismo placentario.

¿Por qué hacemos tantas cesáreas? Intervienen factores clínicos —como mayor edad materna, diabetes, hipertensión y embarazos por reproducción asistida—, pero también estructurales: servicios saturados, falta de personal para acompañar partos largos y una percepción cultural de que la cesárea es más “segura” o “moderna”. A esto se suma la ausencia de analgesia accesible en muchos hospitales, lo cual aumenta el miedo al dolor de un parto vaginal.

Esto no significa que debamos forzar tasas bajas. Países que intentaron reducir la cesárea con metas rígidas vieron aumentos en complicaciones perinatales. La clave está en el equilibrio: no operar de más ni de menos, sino cuando es clínicamente necesario. Para lograrlo, México necesita fortalecer la información que reciben las mujeres, garantizar acceso real a parto respetado con analgesia, promover el parto vaginal después de cesárea cuando es seguro y auditar las prácticas hospitalarias para identificar cesáreas sin indicación sólida.

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