La victoria de Javier Milei y su coalición, La Libertad Avanza, en las elecciones legislativas de medio término en Argentina marca un hito político que no puede interpretarse únicamente como un cheque en blanco.

Con más del 40 % de los votos, Milei consolida una base de apoyo importante, pero no logra una mayoría absoluta. Más que una señal de gobernabilidad plena, el resultado revela la persistencia de tensiones estructurales, el avance de una lógica plebiscitaria y el debilitamiento progresivo de las instituciones representativas.

En términos estrictamente legislativos, el avance del oficialismo refuerza su capacidad de influencia, pero no elimina la necesidad de negociar. El Congreso sigue fragmentado y, aunque Milei ha fortalecido su posición, la estabilidad de su gobierno dependerá de su habilidad para construir alianzas sin dinamitar los puentes que aún existen con sectores de la oposición.

El riesgo está en que el estilo confrontativo del presidente convierta cada decisión parlamentaria en un pulso ideológico, dificultando los acuerdos y erosionando la deliberación democrática.

La elección también profundiza un fenómeno preocupante: la polarización extrema. Milei planteó los comicios como un referéndum sobre su liderazgo, y en el proceso convirtió a quienes no lo respaldan en enemigos del cambio. Esta estrategia no es nueva, pero sí peligrosa: al deslegitimar a la oposición como “la casta” o “la resistencia al progreso”, el oficialismo apuesta por una narrativa binaria que transforma la política en un campo de lealtades personales y traiciones.

Bajo esta lógica, disentir se vuelve sospechoso, negociar equivale a ceder, y representar ideas distintas es visto como obstrucción.

Lo que está en juego no es sólo la composición del Congreso, sino la salud de las instituciones democráticas. Con un Legislativo más permeable y un Ejecutivo empoderado, la tentación de utilizar la maquinaria del Estado para concentrar poder es alta.

La autonomía de organismos públicos, la independencia del Poder Judicial y la función deliberativa del Congreso podrían estar en riesgo si la victoria legislativa se interpreta como una autorización para gobernar sin frenos.

Una cosa es tener respaldo popular; otra muy distinta es eliminar los contrapesos necesarios para que ese respaldo se traduzca en políticas legítimas y sostenibles.

Milei ganó, pero los problemas estructurales de Argentina siguen ahí. La inflación, la pobreza, la fragmentación política y la desconfianza institucional no se resuelven con un resultado electoral. Más aún, si ese resultado se convierte en excusa para concentrar poder y silenciar la diversidad, la democracia argentina no habrá avanzado: habrá retrocedido.

Y en ese espejo, los países de la región deben mirarse con cuidado. Porque si la democracia se convierte en una lucha de absolutos, lo que se pierde no es sólo el equilibrio, es la posibilidad misma de representación y convivencia democrática.

X: @maeggleton

Google News