Bajo el lema: “Patria, familia y libertad” el PAN anunció su relanzamiento. El problema no es sólo la vacuidad del mensaje —con más carga simbólica que contenido programático— sino el riesgo real de que este eslogan sirva como puente hacia una deriva ideológica preocupante: su radicalización hacia posiciones cada vez más cercanas a la ultraderecha.

Las palabras importan, y en política, los lemas no son inocentes. “Patria, familia y libertad” es una consigna recurrente entre movimientos neoconservadores en América Latina y Europa. Apela a una identidad cerrada, a una visión excluyente del orden social y a un nacionalismo defensivo que reemplaza el debate público con la movilización emocional. Este giro no responde a un diagnóstico serio de la situación nacional ni a una propuesta alternativa de país. Es, más bien, un gesto de desesperación: un intento de recuperar tracción política apelando al miedo, al enojo y a la nostalgia.

Pero este repliegue identitario es tanto síntoma como consecuencia. Desde 2018, el PAN ha sido incapaz de articular una verdadera oposición. Ha oscilado entre la inercia parlamentaria, la alianza pragmática sin contenido con el PRI y el PRD, y una retórica vacía centrada exclusivamente en oponerse a Morena, sin generar alternativas viables. El resultado ha sido su marginación de los grandes debates públicos y su desconexión de los sectores sociales más golpeados por la desigualdad, la violencia y la precariedad.

Hoy, el país vive un momento complejo. Morena ha concentrado un poder sin precedentes en décadas, y avanza reformas regresivas que amenazan el equilibrio de poderes, la autonomía judicial y la pluralidad institucional. Pero reducir la responsabilidad de este escenario a la voluntad autoritaria del oficialismo sería ingenuo. Lo que ha permitido la construcción de un régimen cada vez más hegemónico no es sólo la fuerza de un proyecto, sino también la ausencia de una oposición capaz de hacerle frente.

La democracia no se defiende con marketing, ni se renueva con slogans. Se defiende con ideas, con propuestas, con partidos que escuchen, representen y conecten con las demandas de una ciudadanía cada vez más crítica y más desconfiada. Lo que se necesita no es un PAN que simule fuerza con palabras prestadas, sino una oposición que asuma la responsabilidad de reconstruir la confianza pública, que renueve sus liderazgos, que abrace la diversidad y que se atreva a repensarse desde el fondo.

Si el llamado “relanzamiento” termina siendo una radicalización ideológica, el PAN no sólo habrá renunciado a su tradición democrática y liberal: habrá elegido volverse irrelevante para las mayorías. Porque en una democracia polarizada, la oposición que se encierra en trincheras simbólicas en lugar de abrir espacios de deliberación, no suma: resta. Y frente a un oficialismo con poder avasallante, la falta de una alternativa real no es sólo un problema partidario. Es una amenaza para todos.

X: @maeggleton

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