Desde su fundación en 1929 hasta que perdió la presidencia de la República en el 2000, el mayor adversario del partido oficial siempre estuvo dentro, en el riesgo de ruptura. En 1940 Juan Andreu Almazán se postuló como candidato opositor a Manuel Ávila Camacho. La contienda culminó con enfrentamientos, algunos muertos y la victoria de Ávila Camacho con el 93.8% de los votos. Almazán denunció fraude y amenazó con un levantamiento armado que no logró concretar.

En 1952 Miguel Henríquez Guzmán se separó del PRI y formó una coalición política opositora alegando que el partido se había alejado de los ideales revolucionarios; contendió contra Adolfo Ruiz Cortines quien obtuvo el 74% de los votos. Una vez más se argumentaron irregularidades y fraude; las protestas fueron reprimidas y Henríquez Guzmán se retiró de la vida pública.

En 1987 la exigencia de reglas claras para la selección del candidato a la presidencia de la República dio lugar a la creación de la Corriente Democrática que se escindió del PRI para formar el Frente Democrático Nacional que postuló a Cuauhtémoc Cárdenas a la presidencia de la República. Tras el fraude y la movilización se fundó el Partido de la Revolución Democrática e inició un periodo de reformas electorales que abrirían la puerta a la alternancia en todos los niveles de gobierno.

Seis años después, la designación del candidato presidencial del PRI volvería a generar conflicto al interior del partido. El entonces Jefe del Departamento del Distrito Federal, Manuel Camacho Solís, hizo público su rechazo a la designación de Luis Donaldo Colosio como candidato presidencial y renunció a su cargo. Fue nombrado Secretario de Relaciones Exteriores por el presidente Carlos Salinas de Gortari y posteriormente coordinador para el Diálogo y la Reconciliación en Chiapas tras el alzamiento zapatista pero la ruptura era inminente y terminó por dejar el partido.

Casi tres décadas después, en otro contexto y con un nuevo partido dominante —que parece una mala copia de su predecesor— se repite la historia. Marcelo Ebrard rechaza el resultado del proceso de selección interno a pesar de que, desde el comienzo, conocía el desenlace. Cuestiona el acarreo de votantes, el condicionamiento de programas sociales y el uso de recursos públicos porque no es a él a quien favorecen. Argumenta convicciones cuando su trayectoria política muestra lo contrario.

No es ingenuidad política condicionar su permanencia en Morena a la respuesta a su impugnación; es una estrategia calculada que nace de lecciones aprendidas. Vivió de cerca la muerte política de Manuel Camacho tras el asesinato de Colosio y comprende el delicado balance de poder y oportunidad en la política mexicana. Sabe que la pasividad puede ser tan perjudicial como un mal movimiento; por ello, poner un ultimátum a la resolución de su caso no es un acto impulsivo, es una maniobra para preservar su capital político en un contexto incierto.

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