El 2 de junio, poco más de 26.5 millones de jóvenes de entre 18 y 29 años estarán convocados a votar; esto representa 26.3% de la lista nominal de electores. Su peso demográfico implica un enorme potencial para influir significativamente en el panorama político, sin embargo, históricamente muestran las tasas de participación electoral más bajas entre todos los grupos de edad.

En la elección presidencial de 2018 votó el 63.2% de la lista nominal; sin embargo, la media de participación para dicho grupo de edad fue de 56.8%.

Los datos dan cuenta de que los jóvenes de 18 años tuvieron una participación ligeramenta por arriba de la media nacional (64.7%), los de 19 del 57.1% y el grupo de 20 a 29 del 52.8%. Esto muestra que quienes acaban de alcanzar la mayoría de edad tienen mayor interés por acudir a las urnas, quizá, para “estrenar” su credencial, pero conforme pasa el tiempo, el interés decae significativamente.

Diversos estudios coinciden en que una de las principales razones para abstenerse de votar es su desconexión con la política. Muchos jóvenes sienten que los políticos y las instituciones no representan sus intereses ni abordan los problemas que les afectan directamente. Esta desconexión se agrava por el lenguaje y las tácticas a menudo utilizadas en las campañas, que pueden parecer distantes o irrelevantes para sus vidas cotidianas.

Otro elemento relevante es la educación cívica, sin embargo, en la medida en que es insuficiente o está ausente de los currículos escolares, se deja a los jóvenes con una comprensión limitada de la importancia de su voto y de cómo el sistema político puede ser utilizado para efectuar cambios.

Aunado a ello, la vida digital y las redes sociales han transformado la forma en que los jóvenes interactúan con el mundo, incluida la política. Aunque las plataformas digitales ofrecen oportunidades sin precedentes para el compromiso político y la movilización, también pueden contribuir a la polarización y a la difusión de información falsa.

Además, la interacción en línea puede dar lugar a una sensación de participación que no necesariamente se traduce en votar.

Mientras los jóvenes no vean una razón convincente para involucrarse, continuarán manteniéndose al margen del quehacer político. La apatía y el desinterés no surgen en el vacío; son el resultado de sentir que la política no ofrece respuestas a sus inquietudes ni refleja sus valores y aspiraciones.

Esta desconexión no se soluciona con llamados a la acción o con campañas que promueven la participación. Para revertir esta tendencia, es esencial que el sistema político se haga eco de las voces de los jóvenes, no sólo reconociendo sus problemas, sino también incorporándolos activamente en la creación de soluciones.

Sólo entonces, cuando se sientan escuchados y vean un impacto tangible de su participación, los jóvenes encontrarán una razón genuina para comprometerse con el proceso político y contribuir activamente al futuro de su sociedad.

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