La imagen que ha circulado tanto en redes como en medios —ruinas, cadáveres, niños huyendo— no es el efecto colateral inevitable de una guerra; es la expresión de una lógica sistemática de muerte.

En Gaza no hay “daños colaterales”: hay objetivos civiles, bloqueo deliberado y corte de rutas de vida. Lo que sucede hoy no es sólo un conflicto armado, sino una cadena de atrocidades con respaldo institucional, que anuncia una deriva hacia la impunidad internacional.

A lo largo de los últimos dos años, Gaza ha sido sometida a bombardeos indiscriminados, privación total de recursos esenciales y restricciones inhumanas al paso de ayuda humanitaria. Más de 60 mil muertos —cifra que no contempla los desaparecidos y los enterrados bajo los escombros— son sólo los datos más visibles de un genocidio en curso. Amnistía Internacional ha concluido que existen elementos para hablar de genocidio, dado que los actos cometidos no sólo causan muertes, sino que pretenden destruir condiciones de vida, con intención sistemática.

Pero ese diagnóstico no debe usarse como fórmula retórica ni escudo moral: debe leerse también como advertencia política. Que Israel ejerza el poder militar con esa impunidad no es un accidente, sino una decisión consciente ejecutada bajo cobertura diplomática y mediática. Cuando los hospitales colapsan, las redes de auxilio son bloqueadas y la población corre hacia las colas del hambre bajo fuego, la destrucción ya no es sólo táctica: es estrategia.

Y en esa estrategia hay cooperación tácita internacional, complicidad de poderes globales y silencio institucional masivo.

No basta condenar Gaza como “víctima” ni catalogar las acciones como “excesos de guerra”. Es urgente preguntarse cómo los Estados que financian, que arman y que diplomáticamente apoyan el bombardeo conviven con el etos humanitario. ¿Quién sostiene hoy el poder israelí para actuar sin freno? ¿Qué papel juegan los mercados de armas? ¿Cuánto pesa la diplomacia que acuerda treguas mientras las bombas continúan cayendo?

El panorama obliga a mirar de frente una verdad incómoda: la violencia en Gaza es un laboratorio para normalizar la guerra tecnológica, la destrucción legislada de zonas densas, el asedio prolongado y el uso de hambre como arma. Esa es la atrocidad que trasciende el crímen único: la violencia convertida en política de Estado.

La comunidad internacional debe ir más allá de condenas simbólicas y aplicar sanciones reales contra Estados que cometen o permiten crímenes de guerra y violaciones graves a los derechos humanos.

Mientras eso no ocurra, Gaza seguirá siendo el espejo donde se refleja lo que sucede cuando el derecho a la vida es cancelado en nombre de la seguridad. Y cuando no sólo muere gente, sino memoria, dignidad y esperanza.

Porque Gaza no es sólo un territorio devastado: es un alegato de lo que ocurre cuando el mundo se acostumbra a mirar el horror como noticia y no como deber de actuar.

X: @maeggleton

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