El clientelismo es una práctica que se ha infiltrado profundamente en el tejido político de muchas democracias alrededor del mundo. Esta táctica consiste en ofrecer bienes materiales, servicios o favores a cambio de votos, perpetuando así un ciclo de dependencia entre la ciudadanía y las autoridades políticas. Aunque pueda parecer una transacción aparentemente beneficiosa para ambas partes, en realidad, socava los fundamentos de una democracia saludable.

El clientelismo se basa en la desinformación y la vulnerabilidad. Por ello, para romper su ciclo pernicioso, resulta fundamental que la ciudadanía reconozca el valor de su voz y de su voto para que, en función de ello, tome decisiones informadas y conscientes. Esto implica entender las propuestas políticas de las y los candidatos, su historial y su visión para el futuro. Cuando la ciudadanía tiene acceso a información imparcial, es más probable que vote con base en políticas sustentables en lugar de favores temporales.

Sin embargo, el clientelismo no se limita exclusivamente al ámbito gubernamental o partidista; es una manifestación de relaciones de poder asimétricas que prevalecen en distintas instituciones sociales, incluidas empresas, organizaciones no gubernamentales, e incluso centros académicos y de investigación.

Donde existen estructuras de poder verticales y jerárquicas, el clientelismo encuentra un terreno fértil para crecer. En diversos ámbitos, como el académico, las posiciones y oportunidades de investigación se otorgan, en algunas ocasiones, en función de conexiones personales más que de competencia académica. Estas dinámicas reproducen los mismos patrones de dependencia y sumisión que socavan la autonomía individual y colectiva.

Por ello, el clientelismo tiene graves repercusiones en la forma en que entendemos y participamos en nuestra cultura política. Al naturalizar la idea de que el éxito y el progreso son fruto de contactos personales y lealtades, se desincentiva la crítica, la rendición de cuentas y la participación. En lugar de alentar el debate y el escrutinio, se fomenta una cultura de conformismo y pasividad, lo que es especialmente dañino para una democracia que requiere una ciudadanía activa y comprometida.

Una cultura política participativa y crítica requiere desmantelar las estructuras clientelares; esto es, promover políticas de transparencia, implementar mecanismos de rendición de cuentas y alentar a las personas a cuestionar, debatir y participar activamente en la toma de decisiones, en lugar de ser meros receptores de favores en una red de obligaciones clientelistas.

Al margen. A partir de la próxima semana esta colaboradora se tomará unas semanas de receso para participar en el proceso de elección de la persona titular de la Rectoría de la Universidad Autónoma de Querétaro con el fin de no violentar las disposiciones reglamentarias.

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