Durante décadas, Occidente se asumió como el bastión natural de la democracia liberal. Sin embargo, en los últimos años hemos atestiguado un fenómeno inquietante: la autocratización, un proceso sutil y gradual en el que, sin golpes militares ni cierres institucionales, las democracias se desmoronan desde dentro.

La autocratización no llega con tanques, sino con leyes. No anula elecciones, pero distorsiona su sentido, porque se debilitan los controles institucionales, se restringen libertades y se erosiona la deliberación pública. Según el V-Dem Institute, más de 30 democracias —incluidas varias occidentales— han retrocedido durante la última década.

No sólo se trata de México, los ejemplos se multiplican: Hungría, Polonia y, cada vez con mayor claridad, Estados Unidos. En estos países, líderes electos han utilizado las instituciones democráticas no para fortalecer el pluralismo, sino para concentrar el poder y desarticular los contrapesos. La lógica que los guía es constante: democracia para quienes gobiernan, autoritarismo para quienes disienten.

La imagen fue contundente. Mientras el sábado se celebraba un desfile militar por el 250 aniversario del Ejército de los Estados Unidos —coincidiendo, además, con el cumpleaños de Donald Trump— más de 5 millones de personas se movilizaron en más de 2 mil ciudades, de Los Ángeles a Nueva York, bajo el lema “No Kings”.

La protesta rechazó lo que consideran signos crecientes de autoritarismo y una peligrosa militarización simbólica del poder. En ciudades como Filadelfia y Houston, miles de manifestantes acusaron al Ejecutivo de comportarse como un monarca: impulsando redadas migratorias, desplegando tropas y gobernando sin contrapesos. Estas movilizaciones —la mayor expresión de protesta ciudadana en EEUU en lo que va del año— no solo evidencian el rechazo a una figura, sino que confirman que el malestar democrático ha calado en el corazón mismo de la que alguna vez se consideró una democracia irreductible.

La autocratización no es únicamente un proyecto impulsado desde las élites del poder; también es una respuesta a frustraciones sociales profundas como la desigualdad, la inseguridad y la desconexión cultural. Frente a estas tensiones, los regímenes iliberales ofrecen explicaciones simples y soluciones autoritarias a problemas complejos, mientras debilitan precisamente aquellas instituciones que permitirían procesar el conflicto social de manera democrática.

Por ello, enfrentar la autocratización no basta con denunciarla: requiere un esfuerzo sostenido y estructural.

La autocratización en Occidente puede ser silenciosa, pero no es sorda: las protestas y movilizaciones son voces de alarma. Occidente ya no tiene el monopolio de la democracia. Su supervivencia depende de recordar que la democracia no es solo elección, sino también límites, deliberación y derechos irrenunciables.

X: @maeggleton

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