Marcela Ávila-Eggleton

Balas que votan

El caso Manzo revela también una verdad incómoda: el crimen organizado no solo corrompe, sustituye

Los disparos que segaron la vida de Carlos Manzo, presidente municipal de Uruapan, no solo interrumpieron la cotidianidad de una ciudad ya acostumbrada al miedo: descuadraron al gobierno estatal, intimidaron aún más a las fuerzas productivas que comercian a merced del crimen organizado y dejaron herida, de gravedad, la estrategia de seguridad del gobierno federal. Un político vigilado por policías municipales y elementos de la Guardia Nacional fue asesinado a la vista de todos, en un acto público. Una forma brutal y precisa de decir quién manda.

Manzo estaba bajo resguardo oficial; su muerte no fue un descuido operativo ni un hecho aislado, fue una ejecución con mensaje: el Estado no controla los territorios que dice proteger. En Michoacán, donde la línea entre poder político y poder criminal se ha difuminado durante años, este asesinato condensa el problema de fondo: la democracia mexicana se enfrenta a la violencia como condición estructural, no como amenaza externa.

Las implicaciones son profundas. El crimen impacta directamente en el horizonte electoral de 2027. En Michoacán, y en muchos otros estados del país, las elecciones se desarrollarán en un contexto donde el miedo ya condiciona candidaturas y participación. La violencia selectiva contra políticos locales no solo elimina personas: selecciona de facto quién puede competir y quién no. Si postularse o gobernar significa arriesgar la vida, la competencia política se vuelve una farsa.

La violencia política tiene un efecto corrosivo: paraliza la acción pública, desalienta la participación y degrada la representación. Cuando los candidatos son cooptados o eliminados por la fuerza, los votantes dejan de elegir entre proyectos: eligen entre sobrevivientes. Y en esa distorsión, el voto pierde su poder transformador. La democracia sobrevive formalmente, pero vaciada de contenido.

El caso Manzo revela también una verdad incómoda: el crimen organizado no solo corrompe, sustituye. En amplias zonas del país, los grupos criminales actúan como poder paralelo, regulando conflictos, cobrando cuotas y ofreciendo protección donde el Estado se ha retirado. Controlar una alcaldía, un congreso local o una gubernatura no es un fin en sí mismo, sino un medio para blindar negocios, obtener contratos y garantizar impunidad.

En ese contexto, el proceso electoral de 2027 se vislumbra como uno de los más complejos de la historia reciente. No solo por el clima de polarización nacional o la disputa partidista, sino porque en amplios territorios las condiciones mínimas para una competencia libre y segura simplemente no existen. Las balas ya están votando. Y cada disparo que silencia una voz política anticipa una elección menos representativa.

Cuando la política se hace a punta de pistola, las urnas dejan de ser espacios de decisión y se convierten en trincheras. Y cuando el miedo define quién se atreve a competir, la democracia ya no está viva: solo respira por inercia.

X: @maeggleton

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