Durante ya muchos años, en México hablamos mucho de reformas, pero no logramos hacerlas. Como he insistido en ya demasiadas ocasiones, en el fondo el problema es que no estamos de acuerdo en qué queremos hacer del país, y por lo tanto no coincidimos en qué cambios se deben hacer, mucho menos en cómo hacerlos. La última gran transformación fue el TLCAN, que incluyó cambios en gran cantidad de leyes, aunque no hay que menospreciar la transformación de la Suprema Corte a fines de 1994 y del IFE en 1996. De lo que no hay duda es que a partir de 1997, derrumbado el viejo régimen, todo se ha quedado en discusiones estériles.

Ya han pasado más de 15 años sin que podamos decidir en qué dirección nos queremos mover. El tiempo transcurrido es un problema en sí mismo, pero es más grave aún que no parece que en esos tres lustros hayamos avanzado en la discusión. Tengo la impresión de que hay un cambio en la mentalidad, pero todavía insuficiente, y que además no está siendo acompañado de un cambio en el discurso público que pueda aprovechar esa transformación mental.

Mientras nosotros vacilamos otros avanzan, y eso nos cuesta. El ingreso de China a la OMC a fines de 2001 significó para nosotros una tragedia. Hasta ese momento los dos países incrementábamos nuestra participación en el mercado estadounidense más o menos al mismo ritmo. De hecho, nosotros lo hacíamos un poco más rápido. En los 10 años previos a esa fecha duplicamos nuestra participación en el mercado más grande del mundo. Pero de 2001 en adelante, gracias a esa decisión china, nosotros ya no pudimos crecer más. Y ésa es la razón del estancamiento que vivimos en lo que va de este siglo.

No es sólo nuestra indefinición frente a la competencia global, es también el aferrarnos a viejas creencias. El mercado petrolero mundial se ha transformado de manera espectacular en la última década. Países que eran pequeños productores a inicio del siglo han incrementado su producción en cerca de un millón de barriles diarios, algo similar a lo que han hecho Canadá y China. Rusia ha logrado incrementar su producción en 3 millones de barriles. Arabia Saudita y EU, en más de un millón. El caso de Estados Unidos es todavía más interesante porque si consideramos sólo de 2005 en adelante, ha logrado incrementar su producción en 4 millones de barriles diarios, lo que lo colocó, en el último trimestre de 2012, como el mayor productor del mundo. Al mismo tiempo, EU ha ido reduciendo su consumo de petróleo, de forma que a inicios de 2013 fue superado por China como el mayor consumidor. De 2005 a la fecha nuestro vecino redujo su déficit de petróleo en 5 millones de barriles diarios. Los países que redujeron su producción en esa década fueron Gran Bretaña y Noruega, y los dos grandes productores latinoamericanos: México y Venezuela.

Pero no podemos decidir. Nada hicimos para tratar de reducir el impacto de China, y nada hemos hecho para entender la transformación del mercado energético. Menos podemos enfrentar nuestras viejas creencias acerca de libre mercado, petróleo, o tantas cosas que nos siguen hundiendo. El tiempo pasa y las posibilidades de corregir se reducen.

En esta semana se aclaró el proceso en Guerrero: las policías comunitarias y grupos de autodefensa se sumaron a los profesores de la CNTE para crear el Movimiento Popular Guerrerense, que no es otra cosa que una cobertura de la subversión, del EPR. Para mí lo interesante no es eso, sino las reacciones que esto provoca. Una cantidad importante de opinadores es incapaz de reconocer dicha cobertura, y no pocos aseguran que se trata de un movimiento social legítimo. Es decir, no tenemos la capacidad, en el discurso público, de definir cuál es la dirección que queremos para México. Oscilamos de la modernidad al pensamiento mágico sin siquiera darnos cuenta.

Insisto: América Latina es el continente que peor se ha desempeñado en el último siglo, y la razón es esta incapacidad de entender la modernidad. Si no queremos ser modernos, no hay problema, pero entonces no nos quejemos de ser pobres e ignorantes. Si no queremos ser pobres e ignorantes, dejemos atrás los cuentos. Pero decidamos ya.

Profesor de Humanidades del ITESM-CCM

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