Pues hoy, en una lectura extraña de los calendarios mayas, se acababa el mundo. Afortunadamente, los humanos somos cada vez más racionales, aunque no lo parezca, o más razonables, si prefiere. En el año 2000 hubo muchos esperando una gran catástrofe, que entonces atribuían en parte a las computadoras. Ahora, con los mayas, hay mucho menos (aunque haya multitudes con la nueva locura de “atraer energía”). En el cambio de milenio anterior, sí hubo sociedades enteras esperando el final.

Como lo ha mostrado Steven Pinker recientemente (en una recolección de trabajos alrededor, creo, del publicado por Manuel Eisner), los humanos somos significativamente menos violentos que antes. De las tasas “naturales” de violencia en donde una de cada mil personas moría asesinada, en los países civilizados la tasa ronda ahora uno en 100 mil. En este indicador, América Latina está lejos: estamos en 20 por cada 100 mil, por ejemplo, en México. Pero hemos reducido significativamente la violencia también nosotros: el nivel que teníamos en los años treinta y cuarenta equivale al que tenía Europa Occidental en 1500.

Recuerdo estas cifras, es decir, la pacificación de los humanos, porque aunque eso del fin del mundo cada vez lo cree menos gente, todavía no logramos que la mayoría esté convencida no sólo de que el mundo no se acaba, sino de que cada vez estamos mejor. Eso sí es difícil de aceptar, según parece. Lo hemos comentado en otras ocasiones, no estamos preparados naturalmente para aceptarlo, por el contrario. La ventaja evolutiva la daba estar listo frente a las amenazas, y por eso seguimos reaccionando a ellas, y no a las oportunidades.

Así, es muy difícil que aceptemos que este año que termina, como publicaba la revista The Spectator hace unos días, ha sido el mejor en la historia. Así como lo oye, el 2012 fue un gran año, como lo han sido los anteriores, a pesar de nuestra incapacidad de aceptarlo. Es cierto que la crisis financiera de 2009 fue terrible, y que todavía hoy hay países que no sólo no se recuperan, sino que parece que se hunden cada vez más, como Grecia o España. Pero eso es una visión muy corta: frente a cualquier medida, están mejor que hace 30 años, por mucho que hoy sufran y se quejen.

Más interesante aún, las metas del milenio, acordadas en los noventa para cumplirse en 2015 ya nos quedaron cortas varias de ellas. La meta de pobreza mundial, por ejemplo, se cumplió en 2008, nos dice The Spectator. A mayor abundamiento, Walter Russell Mead en Via Maedia afirma que estamos iniciando ya una reducción en el área sembrada en el mundo, no por cambio climático o cosas parecidas, sino porque ya producimos demasiada comida. Otra vez, aunque no lo crea, con datos de la FAO, la cantidad de comida por persona en el planeta es hoy 40% superior a la que había hace cincuenta años, cuando el número de personas en el mundo era la mitad del actual. Hoy sabemos que hay agua potable en África en depósitos subterráneos equivalente a 100 veces la que se conocía hasta hoy en la superficie. Por cierto, hoy hay más energía disponible por persona en el mundo de la que había hace cinco años, y es por lo mismo más barata, y es más limpia.

Hablando de eso, hay que tener cuidado con los cuentos ambientalistas, las exageraciones no científicas. Otra vez, es cierto que en los últimos 200 años hemos crecido tanto en población y en consumo que estamos generando varios desequilibrios ambientales que requieren ser atendidos. Pero hay que tener cuidado con los que aseguran que el fin del mundo está a la vuelta de la esquina. Y hay que tener cuidado porque es una forma de vida.

Puesto que los humanos reaccionamos a las amenazas, amenazar es negocio. Por eso los medios venden tantas notas “amarillas”, y por eso muchos opinadores se ganan la vida anunciando catástrofes. No importa si tienen razón o no, eso garantiza audiencia, y con suerte, alguna vez ocurrirá algo parecido a lo que anuncian, y podrán cobrarlo en conferencias y publicaciones.

Pero lo que hemos hecho en estos doscientos años es espectacular. Hoy somos siete veces más seres humanos, cada uno con 13 veces más riqueza, que lo que existía cuando Napoleón era derrotado en Rusia, a fines de 1812. Desde entonces, cientos de sabios han anunciado la catástrofe, que nunca ha ocurrido. Por el contrario, cada vez vivimos mejor. En números, 90 veces mejor que entonces. Y en ese mismo camino vamos a seguir todo este siglo. Así que, pare de sufrir, festeje que el mundo no se acaba, y disfrute lo que la inventiva e innovación humana ha conseguido. Felicidades.

Economista

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