Aveces creo que en México la política tiene un solo arte: el arte de explicar lo inexplicable. Veo a la senadora Olga Sosa, de Morena, insistir en que los más de 30 millones de pesos que su madre movió a través de Vector Casa de Bolsa provienen de una “bonita herencia”.
Y me pregunto: ¿qué herencia se convierte, justo en plena campaña electoral, en un depósito de un millón y medio de dólares, unos 30 millones de pesos?
La historia se complica cuando aparece una segunda factura, esta vez a nombre de la tía de la senadora, también por 1.5 millones de dólares y apenas diez días antes que la operación de la madre. En total, más de 61 millones de pesos en menos de dos semanas. No es un error bancario, es un patrón.
Vector no es cualquier intermediario. Es una institución con historial cuestionado por presunto lavado de dinero en Estados Unidos. Usarla como vía para estas transacciones no solo despierta sospechas: las confirma.
Lo que más indigna no es el monto, sino la respuesta. La senadora admite lo de su madre, calla sobre su tía y nos pide que confiemos en su venerable palabra. No muestra comprobantes, no exhibe la supuesta venta de acciones de donde saldría el dinero. Todo se queda en declaraciones vagas, como si la ciudadanía tuviera que aceptar la versión oficial por fe. Les pregunto ¿Fe en un político?
Aquí la política vuelve a mostrar su rostro más cínico: el silencio cómodo, la explicación sin pruebas, la evasión disfrazada de transparencia.
Y no olvidemos el contexto: la campaña electoral de Tamaulipas, un estado marcado por redes de financiamiento oscuro, donde el grupo Carmona ya ha sido señalado por inyectar recursos ilegales a campañas. Tamaulipas, donde grupos armados apoyaron públicamente al candidato Américo Villarreal.
Si la 4T no exige una investigación seria y pública sobre estas operaciones, si deja pasar el escándalo como si fuera ruido electoral, confirmará lo que muchos sospechamos: que en México la corrupción ya no es una anomalía, sino un mecanismo normalizado de gobierno.
Yo no sé si Olga Sosa heredó millones de dólares o decenas de problemas, pero lo que sí sé es que la sociedad heredará más desconfianza si este caso se entierra en el silencio de las paredes guindas de la Cuarta Transformación.
DE COLOFÓN: Adán Augusto debería dar la cara sin esperar citatorio y explicar cómo, siendo gobernador de Tabasco, no vio que su secretario de Seguridad, Hernán Bermúdez, dirigía al mismo tiempo la seguridad del estado… ¡y la organización criminal “La Barredora”!
Hoy Bermúdez está en manos de las autoridades de nuestro país. La pregunta es incómoda, pero inevitable: ¿cómo se gobierna con un narcosecretario a un lado sin darse cuenta? El silencio ya no es opción.
@LuisCardenasMX