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Una de las cuestiones que le interesó a la ciencia política desde mediados del siglo XX fue el comportamiento electoral, en particular, el voto. Se ha procurado la búsqueda de una teoría que explique qué motivos tienen los electores para decidirse por una de las diferentes opciones. En realidad, se desarrollaron enfoques muy diversos que, aunque quizá no era su deseo, explican conductas diferentes y no hay una teoría general que integre la diversidad de conductas y su explicación.

Generalmente se reconocen tres enfoques: el sociológico, el psicológico y el racional.

El primero de ellos concibe el voto como una conducta de grupo, no individual. Considera que las características sociales, económicas o demográficas que son compartidas por numerosos contingentes, comunidades o grupos modelan la opción del voto de todos los que comparten tales características. En las encuestas se indaga qué características comparten los que votaron de esta o de otra forma. El enfoque es llamado también análisis ecológico por su rastreo de la influencia del medio o contexto en el voto de los habitantes de, por ejemplo, una demarcación geográfica. También ayudaría a entender por qué, por ejemplo, un grupo indígena, votaría por un candidato indígena de su propia etnia.

En parte como reacción a la orientación determinista del enfoque anterior, surgió el enfoque psicológico (de la psicología social). Este pone el énfasis en la influencia que tienen sobre el voto los factores subjetivos, como los valores y actitudes de los electores.

Una tercera visión se conoce como de la elección racional. Su enfoque es individualista y del corto plazo. Suele usar como metáfora el momento de adquirir un producto cualquiera en el mercado, en donde el individuo pretende maximizar su provecho al menor costo posible y, si bien la confianza en el proveedor es factor importante, no lo será al grado de “cegar” al consumidor. Como en el mundo moderno el individuo trata de economizar sus gastos, la propaganda partidista le ahorra tiempo y esfuerzo… pero necesita convencerle. Si adquirir más información que la que se tiene a la mano es demasiado costoso, la mejor opción será abstenerse. Aquí se desarrolla, asimismo, el concepto de “voto estratégico”, mediante el cual el elector puede no seleccionar su primera preferencia con tal de bloquear una opción indeseable. Es lo contrario del voto duro.

Para el caso de la elección de jueces, lo más probable es que la gran mayoría de los votantes con conducta predominantemente racional no participen, se abstengan, sencillamente porque es casi imposible (o sería extremadamente costoso) informarse acerca de quién es quién en las listas. Los candidatos casi no tuvieron permitido darse a conocer y lo que más se supo de algunos es su falta de idoneidad para el cargo. Para el caso de las otras elecciones (magistraturas, ministerios, juzgados de distrito) la información necesaria es menor, pero aún así grande y con pocas posibilidades de ser obtenida a bajo costo. Además, este votante, al hacer retrospección de otros procesos del pasado reciente, observará que los votos no serán contados por ciudadanos escogidos al azar, sino por funcionarios del INE y quizá ni siquiera sean realmente contados, si se considera el enorme volumen de datos para ser sumados por unas pocas personas en poco tiempo.

Para el votante que actúa por valores o por lealtad partidaria o hacia un líder (solo se observa a AMLO y a Morena en el horizonte) habría dos tipos opuestos: quienes consideran no votar por apreciar que todo el proceso es lesivo para la democracia y para la obtención de justicia y quienes votarán por consigna, para ser fieles al movimiento. Ahí tendrán a la mano la información descarada (“hay que votar por tal, con el número tal”) o bien, votemos por los candidatos que han sido escogidos por el poder Ejecutivo o el Legislativo. La participación en este proceso nos dará una buena idea del tamaño del voto duro del partido en el poder.

Académico de la UAQ

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