La Ciencia Política, como cualquier otra ciencia, establece patrones abstractos para, a partir de ellos, comparar los casos reales y determinar cuánto se acercan y cuánto y en qué se alejan del patrón; así, puede afirmar si un diseño institucional real (de una nación, por ejemplo) es más o es menos democrático, de acuerdo con el modelo abstracto. Pero no se atrevería a afirmar si es mejor este o aquel, porque esos juicios no le corresponden; son axiológicos.

Por ejemplo, podemos afirmar que un sistema electoral con elecciones directas y universales es más democrático (me ahorro una exposición exhaustiva del modelo) que otro con elecciones indirectas, o uno en el que solo voten los propietarios o solo los varones; que uno que dé representación no solo a la mayoría sino también a las minorías, en forma proporcional a la suma de los votos emitidos por los ciudadanos, es también más democrático que un sistema mayoritario que omita tener en cuenta los votos por las minorías. Ello es algo con lo que la mayoría estaría de acuerdo.

Cuando los fundadores de Estados Unidos discutieron para formar una república federal, tenían dos claros objetivos enfrente. Uno, no formar nuevamente una monarquía, sino una república (esto sigue inspirando consignas como las recientes “no Kings protests”.

Asustados por el activismo de grandes grupos de una población empobrecida, que sufría el boicot comercial de Inglaterra contra sus excolonias, y endeudada por doquier. En algunos de los nuevos 13 estados, esos ciudadanos habían logrado el control, o una gran influencia sobre las legislaturas locales a fin de que se emitiera moneda y, en casos extremos, se condonaran las deudas. Gran parte del diseño institucional de la Constitución de 1787 se ideó para alejar a las masas de los mecanismos del poder. Algunos de los fundadores —los que ganaron las discusiones— estimaban que las asambleas populares eran “pasión exenta de razón”.

Así, se puede afirmar que el sistema político de Estados Unidos de América —la república más longeva de la modernidad— con su elección indirecta del presidente de la Unión y su carencia de representación de las minorías, es menos democrático —en este aspecto— que muchos otros contemporáneos; el de México, por ejemplo. Tan es así, que no es infrecuente que el presidente de la república no haya sido escogido por la mayoría de los ciudadanos que acudieron a las urnas en todo el país, sino que lo sea por contar con los votos de los selectos colegios de cada uno de los 50 estados.

Aún con ello, es sorprendente la capacidad del electorado estadounidense para mostrar su voluntad y premiar y castigar mediante el voto. La elección del primer presidente de raza negra, en la persona de Barak Obama, es un ejemplo contundente, porque las personas afrodescendientes son una gran minoría, pero minoría al fin, a la que le fueron desconocidos los derechos más elementales durante siglos.

Un ejemplo más reciente es la elección de Zohran Mamdani como alcalde de Nueva York, en una elección, esta sí, universal y directa. No porque la elección de Trump en 2024 no haya sido acorde con sus normas, sino porque Mamdani representa todo lo opuesto a la élite económica, social y política de ese país, precisamente en el centro financiero más importante del mundo. Lo opuesto a Trump, pues. Y por Trump votó —en 2024 sí— la mayoría de los ciudadanos estadounidenses, algo más de la mitad de los que acudieron a las mesas de votos, hace un año exactamente. Con todo el poder avasallador, con todos los instrumentos de propaganda y, también, de represión (no siempre legal) muchos electores de “la ciudad que nunca duerme”, así como de Nueva Jersey y Virginia, que hace 12 meses votaron por Trump, ahora lo hicieron por sus francos oponentes. La retaliación ha sido pronta y las reglas no lo han podido impedir.

Pero el voto por el joven Mamdani no se explica solamente por su oposición a la élite representada y defendida por Trump, sino por su capacidad de entender los problemas de la mayoría trabajadora de la Gran Manzana. Sus propuestas son merecedoras de un análisis especial.

Académico en retiro de la UAQ

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