La primera mala. No resulta grato constatar que prácticas electorales ilegales, abusivas, siguen tan vigentes y sus perpetradores tan impunes como antes. El reparto masivo de “acordeones” que favoreció al gobierno y su partido y que fueron distribuidos por representantes de Morena antes y durante la jornada comicial; el que nuevamente “Tabasco, Guerrero, Puebla, Chiapas y Oaxaca (sean) … los bastiones electorales de los candidatos de Morena a la Suprema Corte”, según documentan Patricia San Juan y Zedryc Raziel en El País México, en la edición del 5 de junio; que precisamente en esas entidades y en Michoacán encontremos urnas embarazadas y casillas zapato, así lo demuestran. Dijo el INE que los acordeones personales serían válidos y los repartidos en forma masiva, no. Lo que ocurrió resulta obvio; lo que va a hacer el INE o el Tribunal, también: nada.
La segunda mala.
Se está configurando un nuevo poder judicial que no solo no se ve cómo resolverá los defectos que tiene el actual, sino que será menos independiente de la presidencia y su partido y, en general, de los gobiernos provenientes de Morena. Las y los ministros y magistrados que serán declarados electos son verdaderos hijos e hijas del acordeón. Y, por tanto, son aquellos que el gobierno y su partido consideran cómodos para sus intereses.
No sabemos si los nuevos integrantes protegerán mejor a los ciudadanos cuando abusen de ellos otros ciudadanos, o los grandes grupos de poder: empresarios, delincuentes organizados y desorganizados, prensa corrupta, etc. Lo que sí sabemos, por el origen de las candidaturas, es que cuando la gente de la calle se vea precisada a enfrentar al gobierno, estará más indefensa que antes. Máxime si tenemos en cuenta que para la 4T disentir del gobierno no es un derecho de cualquiera, sino una traición.
Si uno de los futuros ministros, presunto presidente, por ejemplo, decía en su promoción que le interesaba más la justicia social que el respeto a la ley, se hubiera seguido dedicando a la promoción social (necesarísimo), porque ahora no sabemos qué es lo que le va a parecer justo o injusto. La ley importará menos.
La buena.
Con el conteo de votos de la elección del 1° de junio prácticamente concluido, debemos afirmar que 13% o algo menos del listado nominal de electores votó válidamente por los futuros ministros, ministras, magistradas y magistrados; de ellos, 10.8% nulificó su voto, sea por opción o por impericia y 12% no votó de manera que se pudiera interpretar su voluntad, es decir, su voto no contó.
A pesar de la propaganda desde el gobierno, de los acordeones, de las mañaneras, de los programas de entrega de efectivo, de la presidenta de la república, del INE y del Tribunal Electoral, de la cámara de diputados y de la de senadores con sus mayorías desproporcionadas y a pesar del mismísimo López Obrador, la enorme mayoría de las personas -muchas de ellas que no solo votaron por Morena en 2024, sino que simpatizan con ella- no se la creyeron. No acudieron a las urnas. Eso es lo bueno y es muy valioso.
Quizá podamos interpretar que los votos válidos, menos los que votaron, sin lograr su objetivo, por una lista diferente al acordeón de Morena (muchos, seguramente empleando un acordeón de otro origen, de otro partido) son el voto duro duro de ese partido. Los incondicionales ¿Diez millones? Serían el mínimo de mínimo de ese partido. No son pocos, pero tampoco tantos.
Hay quienes definen su comportamiento político obedeciendo consignas, pero son minoría. Alienta constatar que la mayor parte de los mexicanos no lo hacemos.
Esto nos lleva a interpretar que los millones de votos que obtuvo Morena en 2024 no responden —como una oposición clasista quiere creer— a una baja calidad ciudadana sino a que verdaderamente las acciones de ese partido (hasta ese momento) y sus planteamientos convencieron mucho más que las alternativas que los otros partidos presentaron. Buenas lecciones.
Académico de la UAQ en retiro