El acoso escolar se define como un comportamiento reiterado y abusivo cuyo objetivo es infligir daño a una persona o a un grupo de personas en un contexto educativo. En las dinámicas de acoso escolar existen varios roles de participación: quienes agreden, quienes son víctimas y quienes alternan entre ambos. Esta dinámica es influenciada por desequilibrios de poder reales o percibidos en los que la víctima posee un menor capital —económico, social, cultural, relacional o político— que quien le agrede. Quien ostenta una posición ventajosa—ya sea en fuerza, popularidad, estatus económico o apoyo grupal— abusa de esta disparidad con un bajo riesgo de sufrir consecuencias.

En los ambientes universitarios, el acoso se manifiesta tanto en espacios físicos como digitales. De manera presencial, se observan la propagación de rumores, las interacciones hostiles, las burlas degradantes, el hostigamiento, la exclusión social o la ostentación de posesiones y estatus económico, todo esto con la intención de hacer evidente la ilusoria superioridad de quien agrede.

Por su parte, en espacios digitales, plataformas como WhatsApp, Snapchat, Instagram, TikTok o Facebook se utilizan para enviar mensajes destructivos, crear y compartir memes o stickers denigrantes que ridiculizan a las víctimas, insultar e incluso crear perfiles que suplantan la identidad de alguien más. Estas plataformas ofrecen un espacio desde el que las personas agreden en ocasiones desde el anonimato. Cuando hacer daño se vuelve un patrón de comportamiento sostenido, puede generar en las víctimas ansiedad, depresión, ideación suicida, autolesiones, bajo rendimiento académico y menor bienestar y satisfacción en la vida. Este daño no solo afecta directamente a la víctima, sino que daña la libertad, la integridad y la paz de toda la comunidad. Quien agrede rara vez dimensiona el alcance de sus actos.

Las conductas agresivas mencionadas no solo suceden entre estudiantes, sino que también pueden participar docentes, personal administrativo, personal de intendencia y cualquier persona que se encuentre en un ambiente educativo.

El acoso universitario suele ser menos visible que el que ocurre en niveles básicos, como primaria y secundaria, principalmente por la idea equivocada de que los adultos ya tienen una personalidad formada y “saben defenderse”. A esto se suman la falta de espacios seguros para denunciar, una escasa sensibilización sobre el tema y la ausencia de políticas institucionales eficaces para prevenirlo, detectarlo y atenderlo.

El verdadero reto para las universidades está en demostrar que toman este problema con seriedad. Esto implica implementar protocolos ágiles y acciones concretas —no solo punitivas, sino sobre todo educativas y preventivas— que fomenten la responsabilidad colectiva. Un ambiente hostil, desagradable e hiriente nunca podrá ser el espacio propicio para cumplir la razón de ser de la universidad: generar, preservar y transmitir el conocimiento de la humanidad.

Profesora de la Escuela de Psicología

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