O lo que es lo mismo: ¡qué rápido nos descolocamos!
Confieso que cuando vi que un joven brincaba al escenario, en donde se hacía entrega del Premio Nobel de la Paz a Malala Yousafzai y Kailash Satyarthi, con una bandera mexicana en la mano y diciendo “please Malala… Mexico”, pensé ¡qué arrojo! (bueno, pensé otra cosa, pero no son palabras propias de las páginas decentes de este diario). Y me pasó lo que seguro a muchos: preguntar quién es, de dónde salió y cómo había llegado hasta ahí. Me sorprendió bastante menos el hecho mismo de la protesta por una razón muy sencilla: vivimos tiempos de protesta, y lo que sucede en México hace rato dejó de estar confinado a las fronteras geográficas y a los cercos mentales de algunos nostálgicos de verticalidades de otros tiempos. Que alguien protestara por lo que sucede en México en un escenario como el de la entrega de un Premio Nobel tan emblemático como el de la Paz, es una expresión más de la globalización de la protesta en la que vivimos. Y es así como deberíamos leerlo. Pero no, las buenas conciencias no opinan lo mismo.
Lo que sucedió es una vergüenza. Ya sacó el cobre. Los trapos sucios se lavan en casa. Qué manera de echarle a perder un momento tan importante a Malala. Y a ese compadre quién lo patrocina, quién está detrás, quién le pagó el viaje, quién lo llevó hasta ahí. La izquierda, los Morenos, los no tan Morenos, los empresarios anti régimen, los empresarios sin régimen, algún régimen sin empresa, los chairos, los hipsters, los anarcos, los desestabilizadores (en esta categoría caben casi todos), los buenos los malos y los regulares. Como sea, pero por ésta que qué vergüenza lo sucedido.
Lo complejo de los tiempos que corren es que todos tenemos derecho a vociferar nuestra opinión, y no seré yo quien calle a las buenas conciencias. Por mi que se exhiban solitas. Sólo me permito introducir un matiz contextual al griterío, sobre todo porque entre los abochornados por el “espectáculo de un mexicano en tierras noruegas”… se encuentra más de un líder de opinión. Y ya sabemos que hay azotes que resuenan con otros volúmenes.
Una puede estar de acuerdo o no con la protesta de Adán Cortés en Noruega. Y todo trabajo periodístico serio está obligado a indagar quién es, de dónde viene y cómo llegó ese joven hasta allá. Pero indagar no equivale a acomodar los hechos para verificar un prejuicio. En un de esas, ese joven llegó hasta Oslo por sus propios medios y protestó por su propia indignación. ¿Lo creerán quienes están obsesionados con la conspiración perpetua? O en una de esas, ese joven llegó hasta Oslo patrocinado por algún colectivo, partido, organización o mecenas. ¿Eso descalifica la protesta y sus fines?
Dudo que a Malala la protesta del mexicano le haya “echado a perder la fiesta”. Tengo para mi que ella está más allá: recibir esos balazos por estar luchando a favor de la educación para todos, te tiene que colocar en otra dimensión de comprensión. Y sus palabras posteriores al suceso en Oslo lo han demostrado. Así que, vámosle bajando a la rabieta que de pronto se parece mucho al “ya supérenlo”. Y entendamos que en la globalización de la protesta en que vivimos, México (y Ayotzinapa) llegaron para quedarse.
Y sí, la protesta, por definición, es disruptiva. Le guste a quien le guste (para citar a otro “clásico”).
Comunicadora y académica. @warkentin