Si empezamos por definir qué es una alameda, es fácil comprender que se trata de un lugar en el que hay álamos, es decir, árboles. Y ahora se entiende que antiguamente, como sucedía en el siglo XIX, en el que fueron muy frecuentes, las alamedas, se convirtieran en importantes sitios de reunión y solaz esparcimiento. Las damas de entonces portaban sus mejores galas y hacían alarde de sombrillas hermosas y aprovechaban el paseo para intercambiar saludos y conquistas. Los caballeros hablaban de poesía, política o finanzas.
Querétaro tuvo su gran alameda a partir de 1804, fecha en la que fue inaugurada nuestra, ahora padeciente, alameda. Desde 1793 se inició la plantación de más de mil árboles que deberían dar sombra a los queretanos.
Y es aquí donde pretendo poner la atención. A simple vista a Querétaro le faltan árboles porque además de la Avenida Universidad, a la vera del Río, no contamos con otra calle así de arbolada, salvo en algunos de los nuevos fraccionamientos. Pero me refiero a la parte antigua, a la que da origen a la opinión que se tiene y sus razones.
Querétaro, ha sido desde siempre, una ciudad muy devota. Los 23 templos en el Centro Histórico dan fe de lo que estoy diciendo. La mayoría de éstos con sus conventos y sus huertos que eran parte fundamental para la vida de los religiosos.
En algunas calles importantes, como entorno a Plaza de Armas, vemos corredores que permiten el libre paso de los ciudadanos por los frescos y concurridos portales. Allí tenían cabida las procesiones de antaño. Y nuevamente, vemos el carácter devocional de la ciudad.
Estas situaciones en su conjunto hicieron que Querétaro fuera una ciudad sui generis, con muy pocos espacios públicos para disfrutar la sombra de los árboles, ya que las plazas, no tienen más que unos cuantos árboles que conviven con otros elementos de la infraestructura, como kioscos o bancas y eventualmente algunas fuentes. Pero queda claro que no son bosques y que la Alameda era ya un lugar indispensable para fomentar, además, las relaciones públicas, recibir a los visitantes y acoger a los poetas que allí encontraban atmósferas afines a su labor.
La falta de comprensión de esta morfología de la ciudad ha provocado los terribles empellones, que seguramente de buena voluntad, pero de muy mal tino, la han flagelado de grave manera.
Es frecuente encontrar nuevos arriates y jardineras en los andadores del Centro. Las buganvilias crecen por las paredes y van fortaleciendo sus ramas que corren encantadas sobre los muros del siglo XVIII, lastimando sus materiales y estructura, deformando la sobria imagen visual de sus calles y poniendo en riesgo nuestro pasado histórico que nos otorgó el honroso título de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Con esas acciones no se resuelve la falta de áreas verdes para la ciudad de hoy y sí se destruye paulatina pero constantemente, los elementos patrimoniales.
En una situación similar se encuentra la Alameda, que nunca fue pensada para ser equipamiento comercial y ha visto, en consecuencia, desaparecer sus características de área verde urbana, concebida justo para eso. El pésimo uso de este espacio ha provocado plagas de roedores, basura permanente, insalubridad permanente, provocaciones para la prostitución, contaminación visual y auditiva, congestionamiento vial en el entorno, vandalismo en los intentos de acciones culturales como colocar imágenes en la cerca perimetral y de muy especial manera, una falta de respeto por los elementos históricos de la ciudad y cambios en el uso del suelo que son muy peligrosos para la seguridad de los habitantes del entorno. Y todo esto sin contar con la desaparición de los inmuebles históricos que estaban frente al acceso principal de la Alameda y que ahora parecen pasaje de mercado público, ocupados por un comercio que bien podría ser cultural: Librerías, artesanías, dulces tradicionales, etc.
Los andadores no corren mejor suerte porque la belleza que tienen se pierde entre todo el mobiliario ajeno a su fin, que se ha colocado en ellos, obstruyendo además el tránsito peatonal para el que fueron concebidos, porque no olvidemos que antes eran simplemente calles.
La población es expulsada por ese tipo de comercio y los habitantes de la ciudad están mirando hacia la periferia. La ciudad, sobre todo el Centro, ya no es para todos y ha perdido el sentido del uso del suelo.
Yo recuerdo que la última vez que estuve en la Alameda, fue cuando se reinauguró con la reja perimetral y sus accesos jerarquizados, gracias al proyecto del Arq. Antonio Loyola y el Maestro Agustín Rivera y fue inaugurada por la Sra. Doña Carmen Romano de López Portillo, Primera Dama de México en aquella época. Pocos años después, me percaté de que aquel gran proyecto estaba desaparecido entre la embestida comercial; que ciertamente, debe ser atendida pero en otro espacio hecho ex profeso.
Deberemos comprender que los arriates no son áreas verdes, que no podemos exterminar los elementos de la historia porque acabaremos sin memoria colectiva y sin raíces que nos sostengan; que las verdaderas áreas verdes deberían ser gruesas franjas ecológicas que interrumpan la siembra inmisericorde de viviendas diminutas a lo largo de las vialidades que nos conectan con otros centros de población importantes: El Marqués, Humilpan, El Pueblito (Candiles), la carretera libre a Celaya y el flamante paseo Constituyentes que está prolongando sin fin la mancha urbana.
Ojalá, igual que Maximiliano de Habsburgo, Don Porfirio o Don Francisco Indalesio Madero se paseaban entre esculturas y esplendor, podamos todos recuperar la Alameda, conservar esa verdadera área verde y volver a disfrutarla, reconocer sus méritos y lograr atender las necesidades de algunos grupos sociales igualmente importantes que merecen lugares dignos, que también tienen la obligación de preservar, no un pedazo de suelo sino un elemento del Patrimonio Cultural de la Humanidad.