“No todo es verdad, no todo es mentira, todo depende del cristal con que se mira”] Vicente Campo Amor.
En un recóndito país lleno de vida y colorido, de tradiciones coloniales y gente buena, en el que se gobernaba democráticamente, una institución se contaminó con la llegada de un sátrapa electoral, como decía el gran escritor Carlos Fuentes: un déspota, ambicioso y conflictivo personaje.
Bastaron unos días para que desconociera a sus pares con quién debía compartir decisiones; hizo su propia corte: un bufón enano de lenguaje zalamero; un regordete abogadil de elocuencia vacua; un periodista estafador y mentiroso con muchas ganas de tener dinero; unos paleros de la corte que le aplaudían cualquier decisión, con tal de vengar su sed de odio hacia los otros gobernantes.
El desenlace fue fatal, la corte comenzó a sufrir desgaste: escándalos, amenazas, atentados de amago y secuestros, chismes de vecindad a la altura del sátrapa, ¿qué se le puede pedir?; sólo locuras dignas de análisis profesional.
La ambición del sátrapa llegó a tal grado que quiso imponer fuera de toda regla a un rey azul, igual de corrupto que él y para ello vendió cuanto pudo: prestigio institucional, dignidad personal (bueno esas personas no la conocen), quemó documentos y amenazó a sus propios compañeros; contrató perros de pelea y los soltó a fin de que mordieran e hirieran a sus pares con tal de hacer cumplir su voluntad. Sin embargo: ohh!! Gran sorpresa, en democracia se gana por un voto y perdió… él y su candidato. Jajajaja.
El rey azul no fue electo, y el sátrapa hizo el coraje de su vida, hasta calvo y ojos saltones le dibujaron su rostro campirano, tipo personaje malévolo de un cuento de terror infantil, algo así como gargamel y los pitufos.
Nuestro sátrapa tiene nombre y apellido. Aquel que acuñó la famosa frase, de que “no es capaz de sacar un perro a miar” (sic) Nuestro sátrapa está dispuesto a gobernar, insultar, golpear, reventar, arrebatar y hacer cuanto pueda con tal de que no exista democracia en el reino y sea a él, a quién se le rinda como hace siglos pleitesía, caravanas y se le bese la mano y con la otra se le entregue dinero mal habido, como lo que siempre ha sabido hacer.
Existen anécdotas curiosísimas pero peligrosas de tan peculiar personaje, por ejemplo: amenazar a un colega de él para que votara decisiones importantes y que le debieran favores para imponerse; rebajar con lenguaje escatológico que le es característico a las compañeras damas de la corte a “muchachas”(nada sensible al lenguaje discriminatorio y sexista) y cosas peores; a una subordinada llamarla india y negra (pues él tiene sangre azul como su partido); insultar y llamar muerto de hambre a un colega, así como perro corriente al presidente de la institución; o bien, pretender dinero, terrenos del reino y canonjías a cambio de su demeritado voto.
No contento con ello, el sátrapa, maliciosamente, agregó a su corte infernal a una poderosa bruja llamada “Solecita” que haría conjuros para que el sol le permitiera gobernar. Pero nuevamente la suerte no le acompañó.
Después de todas sus maldades, el sátrapa se anudó él sólo, pues quedó el resto de sus días en el abandono. Dejó solos a sus bufones de corte y mal comidos a sus perros de presa, de repente aparece desencajado y revolcándose en cada maldad, Shakespeare decía que la consciencia hace de nosotros unos cobardes, como al sátrapa, el problema es que ellos no tienen consciencia.
Moraleja: nunca confíes en un sátrapa ni le des poder. Esopo diría: es mala la ambición pero combinada con locura es lo peor. Un sátrapa siempre traicionará a toda costa. Está en su genética, es connatural a su forma de ser. Lo siento por quién le hace caso a un mitómano.
Nuestra lengua castellana es maravillosa y nos permite hacer este tipo de ejercicios literarios que como Cervantes y Shakespeare afirmaron en momentos distintos: la realidad se parece a la imaginación o la imaginación se parece a la realidad.
Ya fuera de bellas figuras literarias, me parece un riesgo que jugadores antisistema de la democracia estén en las instituciones y que estén dispuestos a incendiar lo que tanto ha costado; comparto que los jueces y magistrados federales deban tener un control de confianza, pero también las autoridades de otros poderes y órganos, por ejemplo operaciones de inteligencia financiera en las que se crucen los datos y podamos atrapar a los sátrapas que cobran dinero dentro y fuera del sistema.
Es increíble que los ciudadanos no protestemos por comportamientos de tanto sátrapa en las instituciones; por ejemplo un Sacal en el Distrito Federal; un inspector tirándole la canasta de dulces y cigarros a un niño; etc…
El jurista Luis Espindola me compartió una frase de Kelsen que cito y se aplica al caso: “Hay cosas que resultan ser tan evidentes que merecen ser recordadas, una y otra vez para que no sean olvidadas.” ¡No confíes en un sátrapa!
Doctor en Derecho y especialista en justicia constitucional