Los materiales que se consideraban innovaciones en las técnicas aparecidas a partir del S. XIII eran ya conocidos por los artistas antiguos y muchos eran considerados sagrados, con altos costos y de usos exclusivos. En algunos lugares, las recetas de su fabricación eran celosamente guardadas e incluso había competencia para poder descifrar los secretos de los grandes alquimistas y quitarles este codicioso trabajo.

Las principales fuentes literarias que mencionan métodos y materiales pictóricos del período clásico son Vitrubio y Plinio, que escribieron sobre los métodos utilizados para la fabricación de pigmentos con lujo de detalle y sirvieron para resguardar está valiosa información a lo largo de la historia

Sin embargo, en la historia del arte se pueden encontrar interesantes ejemplos de los distintos tipos de información que han llegado hasta nosotros, unos más creíbles y realistas que otros. Por ejemplo, sobre el origen de la “Sangre de Dragón”. La historia nos dice que es un rojo intenso de mucha densidad, incluso en algunos poblados europeos tienen periódicos y panfletos donde se describen las batallas entre dragones y elefantes por el territorio, o en algunas otras, batallas entre dragones y caballeros en donde cuando resultaban heridos de muerte, los alquimistas iban a recolectar los materiales necesarios para poder producir este pigmento.

En realidad y en la actualidad, sabemos que el producto vegetal es obtenido del fruto de un árbol asiático —asegura que “no se trata de simple sangre de dragones, sino que se produce cuando un dragón se enzarza en combate mortal con un elefante; el dragón estrangula al elefante entre sus anillos y a su vez resulta aplastado por el peso del elefante moribundo”. El producto, según Plinio, es una materia espesa segregada por el dragón y que se mezcla con la sangre de ambos animales, y lo considera el único color que representa adecuadamente la sangre en pintura.

La Cinabaris índicus es una resina que conocemos como Sangre de Dragón es de la fruta de un árbol asiático. De vez en cuando llegaban variedades de otras partes del mundo. Se usaba como pigmento desde la época romana y también se utilizaba para colorear de rojo rubí los barnices alcohólicos. El color era bastante resistente a la luz, pero no tanto como el carmesí de alizarina o los modernos pigmentos rojos sintéticos.

Ya a principios del Renacimiento Cennini nos habla de su origen vegetal en la Indonesia actual, refiriéndose a su color rojo-pardo, más o menos oscuro por fuera y rojo carmín por dentro del producto resinoso, desaconsejando su empleo por ser una sustancia orgánica vegetal de color fácilmente alterable.

Hoy día sabemos que la brillante resina roja se obtiene de cinco diferentes especies botánicas existentes en la isla de Socotra, frente al cuerno de África y Somalia, que fue comercializada en la vieja Europa a través de la ruta del incienso y que continúa empleándose para los mismos propósitos de la antigüedad, como barniz, medicina, incienso y tintura.

Pero esta idea de hacer creer al mundo que este color provenía de un animal fantástico tenía dos usos principalmente, la primera era alimentar la profesión del alquimista como algo fantástico y mágico, y en segundo lugar que los alquimistas, como magos químicos, pudieran resguardar sus recetas o, bien, no dar el secreto completo a la sociedad que ya vivía enganchada a la idea de encontrar la respuesta a diversos temas, incluso si fuese de forma fantástica.

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