El arte luminal surge como una de las corrientes más singulares del siglo XX, en la que la luz deja de ser un mero instrumento para convertirse en una base para la creación artística. Artistas como James Turrell, Dan Flavin y Olafur Eliasson transformaron la percepción del espacio mediante la manipulación de luz, color y atmósfera, mostrando que la experiencia sensorial del espectador podía ser el núcleo de la obra. En este contexto, la narrativa lineal tradicional se diluye; lo que importa no es contar una historia, sino generar un encuentro perceptual que implique tiempo, espacio y emoción. La obra se vive más que se interpreta: la luz atraviesa, moldea y redefine el entorno, creando un diálogo directo entre la obra y quien la observa.

Paralelamente, la animación durante gran parte del siglo XX se mantuvo anclada en la narrativa tradicional. Estudios como Disney y Warner Bros se enfocaban sus esfuerzos en contar historias lineales, con personajes, tramas y resolución de conflictos. Sin embargo, ciertos animadores experimentales comenzaron a explorar la abstracción visual y sensorial, incorporando elementos que evocaban la experiencia luminal. Norman McLaren, por ejemplo, pintaba y raspaba directamente sobre celuloides, creando animaciones en las que la luz y el color generaban movimiento y emoción sin depender de una narrativa explícita. Oskar Fischinger, por su parte, sincronizaba formas geométricas con música, creando experiencias audiovisuales donde la armonía de luz y color funcionaba como vehículo de percepción estética más que narrativa. Estas exploraciones demostraron que la animación podía trascender la historia, convirtiéndose en un medio capaz de provocar una experiencia sensorial profunda.

Con el advenimiento de la animación digital y el 3D a finales del siglo XX y comienzos del XXI, las herramientas tecnológicas permitieron llevar estas ideas aún más lejos. La luz virtual, la simulación atmosférica y los efectos de color se convirtieron en recursos expresivos de primer orden. Estudios de animación han demostrado que la animación contemporánea puede construir mundos inmersivos donde la luz, la atmósfera y la textura transmiten emoción y concepto, en ocasiones incluso por encima de la narración convencional. La animación actual ejemplifica cómo se puede ofrecer experiencias cercanas a la instalación luminal: el color, la iluminación y la composición se vuelven protagonistas, moldeando la percepción y la respuesta emocional del espectador.

Las conexiones entre arte luminal y animación contemporánea son evidentes al analizar cómo ambos campos manipulan luz, color, espacio y tiempo. En el arte luminal, la luz cambia con la interacción del público o con el paso del día, alterando la percepción del entorno. En la animación contemporánea, los mismos principios se aplican mediante efectos lumínicos digitales, grading cinematográfico y simulaciones de atmósfera, creando la ilusión de espacios que evolucionan y reaccionan, aunque sean virtuales. El color en ambos campos no solo aporta belleza, sino que comunica emoción, establece ritmo y guía la mirada del espectador.

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