La práctica artística contemporánea exige mucho más que la creación de objetos estéticamente agradables; demanda la construcción de un discurso sólido que otorgue sentido y proyección a la obra. En este contexto, desarrollar un lenguaje propio y una narrativa coherente es esencial para que el artista consolide su identidad, comunique sus ideas de forma profunda y logre que su producción tenga un impacto real en el espectador y en el mundo del arte.
En primer lugar, construir un lenguaje y una narrativa personal fortalece la identidad artística. Más allá de la técnica o el estilo visual, el artista necesita de una voz interna que haga reconocible su trabajo como parte de un universo propio. Este lenguaje no solo diferencia su obra de la de otros, sino que permite que sus creaciones dialoguen entre sí a lo largo del tiempo, formando un cuerpo de trabajo coherente y significativo. La identidad artística surge entonces no de un gesto aislado, sino de una visión sostenida que articula obras, conceptos y preocupaciones. Otro aspecto crucial es que un discurso sólido facilita la comunicación de ideas complejas. A menudo, los artistas abordan temas profundos —emocionales, políticos, existenciales— que no pueden ser transmitidos únicamente a través de la forma visual. El lenguaje y la narrativa construyen un marco interpretativo que orienta al público, permitiéndole ingresar en el universo del artista y encontrar sentidos más allá de la mera apariencia. Así, la obra no se presenta como un enigma cerrado, sino como una invitación al diálogo y a la reflexión.
Asimismo, el desarrollo de un lenguaje propio contribuye a la contextualización de la producción artística. Toda obra forma parte de un entramado cultural, histórico y simbólico, y el discurso del artista permite situarla dentro de ese contexto. De este modo, las obras no aparecen como entidades aisladas, sino como expresiones enraizadas en un tiempo, un lugar y una tradición. Esta contextualización es fundamental para que el trabajo adquiera profundidad y relevancia en el panorama artístico contemporáneo. Desde una perspectiva profesional, un discurso trabajado proporciona también un sustento conceptual indispensable. Ya sea en convocatorias, becas, exposiciones o proyectos editoriales, se espera que los artistas puedan explicar el "porqué" y el "para qué" de su trabajo. La claridad conceptual no solo legitima su producción ante estas instancias, sino que demuestra una madurez en su proceso creativo y en su capacidad de reflexión crítica.
Por otro lado, un discurso bien estructurado potencia la resonancia emocional de la obra. Cuando el lenguaje y la narrativa están arraigados en la experiencia vital del artista, permiten que el público no solo comprenda, sino también sienta la obra, resignificándola en su propia biografía. El arte, entonces, no es solo comunicación de ideas, sino también construcción de espacios emocionales compartidos. Esta concepción encuentra un sólido sustento teórico en el pensamiento de Arthur Danto, especialmente en su libro La transfiguración del lugar común. Danto sostiene que una obra de arte no se define únicamente por su apariencia física, sino por el entramado de significados y teorías que la envuelven. Para que algo sea considerado arte, debe insertarse dentro de un "mundo del significado", enmarcado por una teoría o un discurso que le otorgue sentido. Así, el lenguaje y la narrativa construidos por el artista no son elementos accesorios, sino un resultado de su producción.
Según Arthur Danto, el discurso creativo otorga estabilidad, coherencia y proyección al trabajo artístico. Un artista que ha desarrollado un universo propio —con símbolos, temas y modos de representación coherentes— logra que su obra no se perciba como un conjunto de piezas aisladas, sino como parte de un todo significativo. Esta estabilidad permite dar continuidad a la producción, profundizar en la exploración de los temas elegidos, fortalecer la identidad artística frente a modas pasajeras y posicionar al artista en el campo cultural, facilitando la comprensión y valoración de su propuesta.
En definitiva, construir un lenguaje y una narrativa propia es una tarea fundamental para todo artista que aspire a que su obra tenga un sentido profundo, una identidad sólida y una proyección duradera. Tal como plantea Arthur Danto, el arte no reside solo en los objetos materiales, sino en los mundos de significado que somos capaces de crear y compartir a través de ellos. Trabajar consciente y rigurosamente en el desarrollo del discurso creativo no solo fortalece la producción artística: la convierte en un acto pleno de sentido, capaz de tocar, transformar y dialogar con la experiencia humana.