En la historia del arte y de la teoría del color existe un nombre sepultado durante dos siglos bajo anonimato y prejuicio: Mary Gartside. Una gran acuarelista y escritora británica de inicios del siglo XIX, Gartside no sólo estudió el color; lo liberó de la simple visión dentro de un diagrama y lo situó en el territorio vibrante de las sensaciones. Su redescubrimiento reciente no es una mera corrección histórica, sino el reconocimiento de una pensadora que, desde los márgenes, anticipó tanto la abstracción moderna como la lógica de los sistemas cromáticos contemporáneos.

Mientras sus colegas coloristas, como Moses Harris, Goethe, Munsell y Johannes Itten, confiaban en la figura del círculo los esquemas cromáticos geométricos para encapsular el espectro, Gartside optó por una vía insólita. En An Essay on a New Theory of Colours (1808), la teoría se despliega no con figuras racionales, sino con manchas de acuarela: nubes de pigmento que se expanden, se diluyen y se superponen, como si el color respirara en el papel. Estas láminas, lejos de ser simples ilustraciones, constituyen auténticas abstracciones atmosféricas, en las que cada tono se experimenta en su relación con la luz, la sombra y la emoción.

Gartside asignó a cada armonía un carácter afectivo; tristeza, esplendor, grandiosidad; anticipándose a la psicología del color y a la idea contemporánea de que cada matiz posee un temperamento propio. Su método, profundamente fenomenológico, partía de la observación de la naturaleza (el crepúsculo, los pétalos, la humedad del aire) y del gesto del pincel. No analizaba el color desde el prisma de Newton, sino desde la experiencia encarnada de mirar y pintar.

En este gesto doble —teórico y sensorial— radica su potencia. Por un lado, sus láminas son posiblemente las primeras acuarelas abstractas del arte occidental. Antes de que Turner diluyera el paisaje en luz o que Kandinsky argumentaba sobre la espiritualidad del color, Gartside ya creaba composiciones donde no había figura, ni objeto, ni narrativa: sólo el color como protagonista absoluto. Es un eslabón perdido entre el romanticismo sensorial y la abstracción del siglo XX, una pionera inadvertida cuya obra desestabiliza la línea temporal tradicional.

Por otro lado, en su intento por codificar armonías reproducibles, Gartside desarrolló un proto-sistema de normalización del color. Aunque no numérico ni industrial, su enfoque comparte una intención sorprendente con los sistemas actuales como Pantone: crear un lenguaje común que permita identificar, comparar y comunicar matices específicos. Mientras Pantone ordena el color para la industria global, Gartside lo organizaba para la percepción y la sensibilidad artística. Ambas propuestas buscan domesticar el caos cromático y convertirlo en una herramienta de comunicación precisa.

El hecho de que su nombre haya permanecido oculto durante tanto tiempo es tan significativo como su contribución. Publicó anónimamente o bajo el modesto “una dama”, lo que facilitó su exclusión de la narrativa oficial dominada por voces masculinas. Su rescate en el siglo XXI, impulsado por investigadoras como Alexandra Loske, no solo recupera a una figura olvidada, sino que revela una historia alternativa: la del conocimiento cromático intuitivo, artesanal y feminizado, que ya cuestionaba los límites entre arte y ciencia mucho antes de que el modernismo lo hiciera visible.

Mary Gartside representa así un punto de inflexión silencioso.

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