El verde montaña era un color muy usado por los egipcios, un color verde de tono brilloso y luminoso, pero tenía un problema de conservación, se degradaba con rapidez y con el paso del tiempo se perdía el color de la superficie donde se había colocado. Este problema lo consiguieron solucionar los romanos que observaron que si se sumergían en vino piezas de cobre surgía con el tiempo sobre ellas una pátina de color verde que al rasparse podía convertirse en un pigmento verde. Se trataba de la corrosión del cobre en contacto con ácido acético del vinagre, creando así un pigmento sintético de origen mineral que recibe el nombre de verdigris o cardenillo.
Esta técnica la describió el filósofo griego Teofrasto en su libro del siglo IV a.C. “Sobre las piedras”. En él decía: “Se coloca el cobre sobre los posos del vino y el óxido que adquiere por este medio se extrae para su uso”.
El uso de este pigmento ha estado bastante extendido a lo largo de la historia del arte. Los romanos lo utilizaron en sus mosaicos, frescos y vitrales. En la Edad Media se usó por los monjes para iluminar sus manuscritos y numerosos artistas posteriores en sus obras. Pero es un pigmento muy inestable, que varía con el tiempo según la exposición a la luz o las interacciones químicas con otros pigmentos pues al ser el resultado de una oxidación no podía estar en contacto con más materiales de hierro o pigmentos muy ácidos.
Cenino Cenini describe que es un color muy bello a la vista, pero no dura, debido a los ácidos empleados en su fabricación usualmente iba carcomiendo el papel o el pergamino donde era usado este pigmento. Originalmente, el verdigrís es un carbonato natural que se forma con el cobre y su aleación al bronce cuando se exponen al oxígeno, el agua y el dióxido de carbono o azufre. En realidad es una patina de color verde que encontramos en las tuberías de cobre viejo, la misma patina que vemos en la Estatua de la Libertad u otras estatuas de cobre con tonos verde azulados; a la famosa Torre Eiffel le tomó 30 años cambiar de su impecable tono rosa a su actual verde.
Ningún artista esperaría tanto tiempo en poder obtener ese tono de forma natural, por lo tanto artistas y tintoreros se dieron a la tarea de desarrollar este pigmento de forma acelerada. Parecido al procedimiento para crear en albayalde, se colocaban láminas de cobre en un recipiente con lejía y vinagre o vino agrio; se sellaba el recipiente y se dejaba fermentar por dos semanas, al cabo las hojas de cobre absorbían el líquido y se secaban para después ser molidas y usando más vino agrio se hacían pastillas verdes ya listas para venta. No se sabe a ciencia cierta quién perfeccionó o agilizó este proceso, pero este pigmento recibió diversos nombres en los lugares donde se hizo uso de este verde; en francés, verdigrís significa verde de Grecia; en Alemán se llama Grünspan, que significa verde español, pues creían que provenía de España.
Su uso destacó en manos del artista flamenco Jan van Eyck. En su cuadro de “El matrimonio Arnolfini”, el pintor consiguió dar un uso magistral al cadenillo del vestido de la dama aplicando veladuras con pigmentos aglutinados con aceite secante. El resultado es que aún hoy, 600 años después, el vestido sigue presentando un color verde intenso. Sin embargo sigue siendo un color muy voluble si se expone a la luz. Pero al tener tan pocas alternativas, el hábil pintor Van Eryck preservó este temperamental color, aplicando verde cardenillo entre capas de barniz para preservar tu tono, combinado con trementina de pino para restituir su opacidad original.