Mexico es un país policromático, encontramos cada uno de los colores dentro de su gran biodiversidad y vemos todos los colores vibrantes, como el amarillo o el naranja, comunes al internarse en un mercado y pasear por las hileras de frutas o verduras que abarrotan estos lugares, al pasearse por sus pueblos, selvas o bosques. Cada rincón de México es encontrarse con un paradigma cromático diferente, pero si tuviésemos que elegir un color que al momento de verlo evocara una experiencia compartida, un símbolo que nos hiciera sentir en casa, para muchos ese sería, sin lugar a dudas, el rosa mexicano.

Todos los días, este tono nos alegra la vida. Lo encontramos presente en juguetes de madera, canastas tejidas, mantelitos de papel picado, sarapes, todo tipo de textiles, papel amate; en los dulces típicos, como las calaveritas de azúcar de días de muertos, merengues, algodones de azúcar y pan de dulce; en los trajes tradicionales e incluso en la arquitectura contemporánea.

Pero esta creación sobre este llamativo rosa empieza en 1946 en Cuernavaca durante una pasarela de moda, donde el reconocido artista, escritor, historietista y diseñador de modas, Ramón Valdiosera, buscando en el diseño de modas integrar piezas de arte, antropología e historia mexicana una colección de indumentaria que reflejara toda la carga cultural de las etnias y grupos indígenas de México con un toque más contemporáneo. En esta pasarela llena de telas pintadas a mano con motivos de arte popular y cultura prehispánica, conoce al entonces candidato a la presidencia Miguel Alemán, donde platicaron sobre la idea de crear una colección de moda mexicana que acercara a las personas a conocer parte de la identidad mexicana, promoviendo un movimiento modernista dentro de la industria textil del país.

Ramón Valdiosera tuvo una formación artística que lo acompañó durante toda su vida. En sus 80 años de trabajo, se desempeñó no sólo creando historietas icónicas en México, como El diamante negro de fu Manchú o Un ladrón de Bagdad, sino realizando exhaustivos viajes con el objetivo de investigar la indumentaria y el arte textil de los pueblos originarios. Durante sus viajes, Valdiosera entró en contacto con los colores, la estética, las formas y los motivos que cada comunidad tenía para vestir y crear la indumentaria que serían mostrados en el extranjero representando a México.

Ramón experimentó con la grana cochinilla, un parásito encontrado en los nopales al cual los aztecas daban el nombre de nocheztli “sangre de tuna”. Este insecto, al secarse, era triturado para servir como colorante natural generando un color rojo carmesí, el cual combinado con ácidos daba diversas tonalidades de rojo, mientras que combinado con alcalinos producía colores morados e incluso algunos azules.

En 1949 se presentó un desfile de modas en el Hotel Waldorf-Astoria, en Nueva York, donde huipiles, quechquémitl (mañanitas) y demás tejidos formaron parte de la muestra, donde el punto de partida fue el característico rosa de las flores de bugambilia; el diseñador señaló que la decisión para tomar ese tono de rosa en específico provino de su extendido uso en la cultura, la tradición textil y los escenarios urbanos característicos de México. Ante la explicación de Valdiosera, uno de los periodistas lanzó la frase paradigmática que hoy continúa articulando el nombre que le damos a este tono: “So it is a Mexican Pink”. Fue así como Valdiosera y México regalaron este color al mundo entero y que hoy sigue formando parte de nuestra identidad, incluso está presente en el logotipo oficial de turismo de la marca México.


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