Kristel González

El dibujo como extensión de la mente

Dibujar es observar con atención profunda, es detenerse en lo que pasa desapercibido, es convertir la mirada en línea, la emoción en trazo

El dibujo es mucho más que una técnica o una habilidad manual: es una forma de pensamiento visual, una manera de ver y comprender el mundo. Desde los primeros trazos en las cavernas hasta los cuadernos o las tablets, el dibujo ha sido una necesidad humana de expresar, de recordar, de conectar. Dibujar es observar con atención profunda, es detenerse en lo que pasa desapercibido, es convertir la mirada en línea, la emoción en trazo, y la memoria en forma.

“El punto” es su unidad mínima y esencial; una sucesión de puntos o el punto en movimiento sobre la superficie construye “la línea”. Con dicha línea se construyen figuras, se definen contornos, se sugiere el movimiento, la luz y la sombra. Pero más allá de lo formal, el dibujo nace de la observación: mirar con intención, con presencia. Y también del gesto: ese movimiento que revela el pulso, el ritmo y la emoción del dibujante. Por eso, podríamos decir que el dibujo se forma con tres pilares: la línea (estructura), la mirada (comprensión) y el gesto (energía emocional).

Dibujar no es solo representar algo sobre una superficie. Es, una forma de pensar, de comprender y de habitar el mundo. Milton Glaser, diseñador icónico, lo intuía cada vez que afirmaba que el dibujo no era tanto un medio para un fin estético, sino un ejercicio de presencia y descubrimiento. Esta idea encuentra eco en múltiples campos del conocimiento, desde la filosofía hasta la antropología.

Desde la teoría de la cognición encarnada, desarrollada por Lakoff y Johnson, sabemos que el pensamiento no está aislado en el cerebro: ocurre a través del cuerpo y su relación con el entorno. Dibujar es justamente eso: pensar con la mano. El lápiz se convierte en una extensión de la mente, y el trazo en la huella física del pensamiento en movimiento. Para el antropólogo André Leroi-Gourhan, las herramientas gráficas son parte de nuestra evolución simbólica, mientras que Lambros Malafouris propone que el dibujo es un ejemplo claro del “material engagement”: la mente emerge en el diálogo entre el cuerpo, la herramienta y el soporte. Así, desde las pinturas rupestres hasta los bocetos en servilletas, dibujar ha sido siempre una forma de pensar el mundo, de narrarlo y de transformarlo.

Pero más que un producto, el dibujo es un proceso. Henri Bergson, filósofo del devenir, describía la creatividad como flujo más que como estructura. En esa línea, Glaser valoraba el acto de dibujar más que su resultado final. Esta postura resuena con el antropólogo Tim Ingold, quien distingue entre fabricar con un plan cerrado y hacer como un proceso abierto y orgánico. El dibujo, como el tejido o la cerámica, se construye en diálogo constante con la intuición, el error y la sorpresa.

Además, el dibujo funciona como un lenguaje alternativo. Ludwig Wittgenstein afirmaba que los límites del lenguaje son los límites del mundo. Glaser, al dibujar para explicar ideas que no podían ser dichas, expandía esos límites. El dibujo, como escritura visual, permite expresar relaciones espaciales, emociones y conceptos abstractos con inmediatez. Jack Goody, antropólogo de la comunicación gráfica, mostraba cómo los sistemas visuales modifican la manera de pensar. Glaser continúa esa tradición: cuando dibuja una idea, crea un artefacto cognitivo que da forma no solo a su pensamiento, sino también al de quienes lo observan.

Glaser defendía que todos pueden dibujar: no como un talento exclusivo, sino como una forma de desarrollar la atención y la percepción. Para Philippe Descola, todas las culturas han generado representaciones visuales, pero el arte occidental las ha jerarquizado. Glaser, al reivindicar el acto de dibujar como cotidiano, se alinea con una visión premoderna: la del dibujo como una necesidad humana básica, tan común como respirar o contar historias.

Dibujar, entonces, es mucho más que arte: es una práctica filosófica, un acto de conocimiento encarnado, una herramienta ancestral y un lenguaje disponible para todos. Milton Glaser, sin proponérselo como teoría, encarnó con sus trazos muchas de las ideas más potentes sobre el pensamiento y la creación. Dibujar no es un privilegio del artista, sino un derecho del ser humano. Y en cada línea que trazamos, hay un puente entre lo que sentimos, lo que comprendemos y lo que somos.

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