El color y el hombre siempre han estado ligados, desde el primer instante que habitamos el planeta creamos referencias con códigos de color para aprender y entender nuestro entorno; la primera información que recibe nuestro cuerpo al nacer es la luz del exterior, por lo que hay que entender qué es la luz y cómo influye en el comportamiento de los colores.

El campo visible al ojo humano es sólo una fracción de radiación electromagnética, esta luz es una onda-partícula sin masa, llamada fotones y su forma de transportarse es por medio de ondas, tal como nos lo describe Einstein en sus estudios sobre la luz. El espectro electromagnético, tal como lo conocemos actualmente, reúne los diferentes niveles de radiación, y de izquierda a derecha la interpretamos como mayor frecuencia cuando se transportan más cantidades de fotones, pero más cortas en su longitud de onda, dándonos como resultado los siete colores con los que Newton experimentó con el haz de luz: violeta, azul, cian, verde, amarillo, naranja y rojo.

Los objetos del mundo que nos rodea poseen una forma y un tamaño específicos; el espectro del color sólo existe como una impresión sensorial, vivimos en un mundo de energía y materia incoloras, los colores los reconocemos cuando el objeto que observamos es iluminado, depende de la capacidad de su estructura molecular del objeto a observar; lo que no es absorbido por la materia (el resto de espectro) se convierte en el estimulo de color, es decir, el objeto rebota el color que no es capaz de absorber. Ejemplo: una manzana es percibida como color rojo, porque ésta absorbe las ondas luminosas más cortas que son las azules y verdosas, para reflejar el rojo.

Sin embargo, la óptica geométrica necesita complementarse con la anatomía de nuestro ojo para que el color cobre sentido en nuestra percepción. En resumen, depende de dos células ubicadas en el fondo de la retina que funcionan como foto receptores llamados bastones y conos, estos son sensibles a la intensidad de la luz y son responsables de ayudarnos a ver cuando hay poca luz; no obstante son incapaces de ver el color, por lo cual necesitan complementarse con la púrpura visual, o su nombre científico “rodopsina”, que es una proteína ubicada en el fondo del globo ocular, de color violáceo que ayuda a los componentes neurológicos a transformar esa información en impulsos eléctricos que el cerebro traducirá como sensación de color.

Cuando hablamos de color, no es más que el reflejo de luz blanca que despiden los objetos que nos rodean; Harold Kuppers aclara que “El mundo externo es incoloro. Está formado por materia incolora y energía también incolora. El color sólo existe como impresión sensorial del contemplador”. Por esto cuando percibimos un color, es notable la presencia de luz, lo que comprobamos con el hecho de que al omitir la luz dejamos de percibir los colores, así como podemos comprobar que al usar otro tipo de luz se produce una distinta percepción de estos.

A forma de resumen, podemos decir que el color es únicamente el reflejo de luz blanca que despide un objeto; cuando percibimos un color es cuando uno de estos colores opaca a los otros dos y el resto es reflejado estimulando las células de nuestros ojos, dando como resultado la percepción de una coloración determinada, por lo tanto el color se definiría entonces como “una sensación que se produce en respuesta a la estimulación del ojo y de sus mecanismos nerviosos, por la energía luminosa de ciertas longitudes de onda”.

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