A partir de los años 80 y 90, surgen nuevos modelos de coleccionismo en América Latina, impulsados por figuras clave como Patricia Phelps de Cisneros (Venezuela), Eugenio López Alonso (México, fundador del MUAC y la Fundación Jumex) y la Fundación Daros Latinamerica (con sede en Suiza, pero enfocada en arte latinoamericano). Estas figuras no solo coleccionan obras, sino que también han contribuido a la profesionalización del sector artístico, financiando residencias, publicaciones, exposiciones y programas educativos.

El coleccionismo puede ser fundamental en las primeras etapas de una carrera artística. La compra temprana de obra, la inclusión en colecciones privadas o institucionales, y la posibilidad de exposición pública pueden definir el rumbo de un artista. Además, los coleccionistas pueden ofrecer retroalimentación crítica, conectar a los artistas con curadores, y abrirles puertas a plataformas de mayor visibilidad.

Muchas colecciones privadas terminan nutriendo museos públicos o se transforman en fundaciones de acceso abierto. Tal es el caso del Museo Jumex (CDMX), el Museo Amparo (Puebla), la Colección FEMSA (Monterrey) y el Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey (MARCO). Estas instituciones permiten que obras significativas, que de otro modo quedarían fuera del alcance del público general, formen parte del patrimonio cultural colectivo.

El coleccionismo también tiene un fuerte componente pedagógico. Las obras de arte pueden viajar a exposiciones, publicarse en catálogos, o integrarse a programas educativos. En América Latina, donde el acceso a la cultura puede ser limitado por factores estructurales, estas iniciativas son fundamentales para democratizar el arte y fomentar pensamiento crítico.

Por otro lado, muchos coleccionistas se convierten en guardianes de la memoria visual de una región. Resguardan obras, documentos, cartas, catálogos y objetos que conforman el tejido artístico e histórico de un país. Esta labor archivística es vital para la investigación académica, la curaduría histórica y la escritura de narrativas más complejas y justas sobre el arte latinoamericano.

Uno de los debates más relevantes en torno al coleccionismo es la delgada línea entre la pasión por el arte y su mercantilización. En un mundo donde el arte se ha convertido en un activo financiero, el coleccionista responsable debe equilibrar su gusto personal con una visión crítica del impacto que tiene en el mercado y en la escena artística. Comprar arte no debería ser solo una inversión: también es una toma de postura.

Durante décadas, el coleccionismo ha privilegiado narrativas eurocéntricas, masculinas y hegemónicas. Sin embargo, en la actualidad se reconoce la urgente necesidad de dar espacio a artistas racializados, indígenas, disidentes sexuales y mujeres, cuyas obras han sido sistemáticamente marginadas. El coleccionismo contemporáneo tiene el poder y la responsabilidad de reparar estas omisiones y reconfigurar el canon artístico.

Además, los nuevos coleccionistas deben considerar la sostenibilidad de sus prácticas: desde el tipo de materiales que adquieren, hasta el impacto ambiental del transporte y almacenamiento de las obras. También es vital que fomenten relaciones éticas con artistas y galerías, evitando la especulación y promoviendo prácticas justas y transparentes.

En definitiva, el coleccionista de arte es mucho más que un comprador de objetos estéticos. Es un actor clave en la construcción del tejido cultural, un narrador visual de su tiempo, un promotor del pensamiento crítico y, en los mejores casos, un aliado del bien común. En México y América Latina, donde las tensiones sociales, políticas y económicas atraviesan constantemente la producción artística, el coleccionismo puede ser un instrumento de resistencia, memoria y transformación.

Su labor no está exenta de dilemas, pero cuando se ejerce con ética, pasión y compromiso, el coleccionista se convierte en un puente entre el arte y la sociedad. Reconocer y fortalecer su papel es apostar por una cultura más robusta, inclusiva y viva.

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