Históricamente hablando, Isabel Clara Eugenia fue, según el estándar de su época, una mujer de excepcional belleza. Fue la hija mayor del tercer matrimonio del rey Felipe II de España. Se describe como una mujer muy pálida, con pelo fino de color mermelada, tan solo un mero atisbo del labio característico de los Habsburgo y una frente alta y ancha. También era poderosa, gobernaba una porción importante del norte de Europa conocida como los Países Bajos Españoles. Esto hace que parezca todavía más injusto que, en el mundo de los colores, su nombre se asocie a un deslucido blanco amarillento que, tal y como lo describe la autora de A History of Handmade Lace (Historia del encaje hecho a mano) en 1900 era un color café grisáceo o amarillento, mejor dicho un color mugre.

Cuenta la historia que, en 1601, el esposo de Isabel, el archiduque Alberto VII de Austria, comenzó el asedio de Ostende Isabel, creyendo que este no duraría mucho, fue cuando la reina prometió no cambiarse de ropa ni lavar su ropa interior hasta que no se lograra la victoria. El blanco isabelino es el color que tenía la ropa interior de la reina para cuando por fin terminó el asedio al cabo de tres años. Por suerte para la pobre reina, no es difícil encontrar pruebas de que esta historia sea verídica. El rumor no apareció impreso hasta el siglo XIX, pero el contexto de los chismes que van de boca en boca y además aparecieron dos nvestidos exculpatorios en ese tono en el armario de Isabel. Los inventarios, uno de ellos realizado un año antes de que se iniciara el asedio, demuestran que poseía una túnica isabelina o kirtell (una túnica larga que va debajo del vestido pero arriba de la ropa interior) y un vestido estilo imperio de satén color Isabel... decorado con lentejuelas plateadas.

No obstante, la gente siempre está dispuesta a creer lo peor así que, pese al respaldo real, la leyenda del color en el ámbito de la moda fue muy efímera. Ahora bien, se las ha ingeniado para hacerse con otro nicho en la esfera de las ciencias naturales, sobre todo a la hora de describir animales. Los pálidos caballos palomino y los osos pardos del Himalaya son de color blanco isabelino, varias especies de aves, incluido el llamado Oenanthe isabellina o collalba isabelina, que debe su nombre al tono pálido de su pardo plumaje. El “isabelinismo” es además el nombre de una mutación genética que hace que las plumas que deberían ser negras, grises o marrón oscuro sean de un tono amarillo pálido. Un puñado de pingüinos rey de la isla Marion en el Antártico constituye sin duda un prominente grupo afectado por este mal. Entre las apretadas filas de pingüinos que pueblan la isla, estos pálidos mutantes dan la nota al ser altamente visibles, los más débiles, y cualquiera que haya visto algún documental de animales sabe perfectamente qué tipo de suerte les espera por lo general: indudablemente un dudoso legado para la pobre archiduquesa Isabel.

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