El Barroco fue un movimiento artístico y cultural que dominó Europa e Hispanoamérica entre finales del siglo XVI y gran parte del siglo XVIII. Surgido en un periodo de crisis y transformación profunda, su estética responde a tensiones políticas, religiosas y filosóficas derivadas de la Reforma protestante, la Contrarreforma católica y el cambio en la concepción del mundo moderno. Definido por el exceso, el drama y su funcionalidad propagandística, el arte barroco se convirtió en una de las manifestaciones más potentes de la complejidad humana, abrazando la contradicción, la ilusión y el poder de lo sensorial.
El exceso barroco se manifiesta como una reacción contra la contención racional y armónica del Renacimiento. Frente a la mesura clásica, el Barroco apuesta por la abundancia ornamental, la profusión de elementos y el gusto por lo recargado. La composición deja de ser estática y se vuelve dinámica, abigarrada, laberíntica. En arquitectura, esto se expresa en fachadas ondulantes, columnas salomónicas y efectos de luz que alteran la percepción del espacio. En pintura, la saturación de color y el claroscuro generan atmósferas intensas. En escultura, los cuerpos parecen moverse, retorcerse, capturados en medio del éxtasis o el sufrimiento. Este exceso no es superficial: tiene una función emocional y espiritual, busca captar la atención, conmover y, en el contexto religioso, conducir al fervor.
El drama, en tanto, es el corazón expresivo del Barroco. El arte se convierte en espectáculo, en escena cargada de tensión. El claroscuro no solo acentúa volúmenes: dramatiza la lucha entre luz y oscuridad, el bien y el mal, el alma y el cuerpo. El instante fugaz se vuelve protagonista: la pintura barroca retrata acciones en su clímax, gestos que desbordan contención, cuerpos atrapados en el momento exacto de la revelación, el sacrificio o la caída. En la literatura y el teatro, esta teatralidad se refleja en personajes enfrentados a lo trágico y lo efímero. El concepto barroco de vanitas recuerda constantemente la fragilidad de la existencia: la vida como sueño, el tiempo como enemigo. El drama barroco no busca respuestas claras, sino sumergir al espectador en la experiencia intensa de la duda, la pasión y la redención.
Pero el Barroco no puede entenderse sin su vínculo con la Contrarreforma. Tras la ruptura protestante, la iglesia católica impulsó un ambicioso proyecto para reafirmar su autoridad espiritual y territorial. El arte se transformó en un vehículo de propaganda y devoción. En el Concilio de Trento (1545-1563), se estableció que las imágenes debían ser claras, emotivas y capaces de instruir a los fieles. El Barroco, con su potencial persuasivo, se convirtió en el estilo predilecto. Iglesias, retablos, esculturas y pinturas barrocas fueron diseñadas para impactar los sentidos, generar asombro y reforzar la fe. La teatralidad barroca fue, por tanto, una herramienta ideológica al servicio del poder eclesiástico y monárquico.
En Hispanoamérica, el Barroco adquirió formas propias. El mestizaje cultural, la imposición religiosa y la riqueza de materiales locales dieron lugar al llamado Barroco americano, donde el exceso se fusiona con elementos indígenas y africanos.