El nombre correcto que deberíamos darle es amarillo de antimonio (altamente tóxico), creado por los egipcios pero obteniendo popularidad en su uso en el siglo XV dentro de la paleta de color de los artistas. Este color es un amarillo claro, con mucha luz y muy opaco; se considera que el amarillo de Nápoles es un color muy práctico para fondos con luz como los horizontes en atardeceres o, bien, para la obtención de grises cálidos (muy utilizado en la acuarela clásica) y para mezclar con otros colores y conseguir matices que con otros amarillos sería más difícil, por ejemplo, cuando mezclamos con azules. Por supuesto, también se utiliza sin mezclar, como siempre para gustos los colores.
Los primeros registros de este tipo de amarillo datan del 1500 a.C. en Tebas y también se han encontrado restos en los frisos babilónicos (500 a.C. aprox). Se utilizó de forma cotidiana desde el s. XV en pintura al temple, frescos, cerámica, decoración de vidrios y óleos. El primer libro en que se escribe sobre el amarillo de Nápoles es el Libro del Arte del pintor renacentista Ceninno Cennini, en el que indica que este amarillo se extraía de minerales del volcán Vesubio, seguramente por el color amarillento de los minerales que se encuentran en ese territorio, pero no hay evidencia que indique que este sea su verdadero y único origen.
En muchos ámbitos al amarillo Nápoles también se le conoce también como amarillo Rembrandt. No es que este pintor hiciera un especial abuso de este tono, pero sí cobra un protagonismo muy especial en una de sus obras más populares: Ronda de Noche, donde los dos protagonistas de este cuadro llevan este tono en sus vestimentas y son los personajes con más luz de la escena, y además todos los reflejos en los demás miembros de la compañía militar son de este amarillo brillante.
Se describe como un amarillo más bien claro, que recibe diferentes nombres como amarillo de Nápoles, amarillo napolitano, amarillo de antimonio o amarillo Rembrandt, independientemente de la nomenclatura, en función de cada técnica para la que fuera creado, puede variar ligeramente. Puede ser más o menos intenso y se puede mover en una escala de verdosos a naranjas rojizos sin perder su calidad de amarillo; por lo que en realidad deberíamos llamarlo “tono amarillo Nápoles”, para referirse a un tipo de amarillo que ha buscado la tonalidad del pigmento genunino, pero reemplazando los elementos que se consideran demasiado tóxicos, caros o inhumanos de conseguir, por otros que son más adecuados, en este caso sustituyendo el antimonio por otros ingredientes sintéticos menos dañinos.
A pesar de su aprecio por su tono y calidez, este amarillo presentaba varios defectos al momento de usarlo dentro de la paleta de color, puesto que era muy susceptible a cambiar incluso al negro si se guardaba en lugares muy húmedos o incluso con polvo u otros colores cercanos a este; debía también de tener precaución al momento de utilizar espátulas de metal para hacer las mezclas, puesto que el antimonio hacia reacción con el hierro y se producía un tono verdoso. Sin embargo su popularidad y uso constante se debía a que hasta el siglo XX no había pigmentos amarillos fiables que fueran tan cubrientes o brillosos como el amarillo Nápoles, convirtiéndolo en uno de los favoritos en medio de una multitud de amarillos pardos de mala calidad.