La historia del desarrollo tecnológico en México refleja que no ha roto un círculo vicioso: somos un país con talento, creatividad y capacidad, pero seguimos dependiendo de la tecnología extranjera. Esta dependencia, más allá de lo económico, se debe a que estamos acostumbrados a comprarla en el extranjero.
La tecnología no sólo representa innovación o modernidad; es, ante todo, independencia. Una sociedad que puede resolver sus propios problemas tecnológicos es una sociedad libre, capaz de construir su destino sin depender de otros. En México, sin embargo, la costumbre de importar soluciones en lugar de generarlas ha frenado nuestra evolución. Seguimos cambiando “oro por espejitos”: exportamos materias primas, petróleo o mano de obra barata, e importamos productos terminados y, sobre todo, conocimiento.
Esta situación no es nueva. Desde la época colonial se diseñaba en México maquinaria para la industria minera, fruto del ingenio de artesanos e ingenieros locales.
Pero al independizarnos, esa tradición fue desplazada por la importación de tecnología inglesa, y desde entonces el patrón se ha repetido una y otra vez. En lugar de consolidar un ecosistema de innovación nacional, hemos optado por depender del extranjero, creyendo que el progreso sólo puede venir de fuera.
Sin embargo, existen ejemplos que demuestran lo contrario. En los últimos años, ingenieros y científicos mexicanos han desarrollado proyectos que muestran la fuerza del talento nacional. Uno de los más recientes es la creación de un avión diseñado y fabricado en México para la capacitación en vuelo. Este logro, más allá del valor simbólico, demuestra que el país tiene el conocimiento y la capacidad técnica para generar su propia tecnología.
El problema no radica en la falta de talento, sino en la falta de organización, apoyo y visión a largo plazo. Para que México dé el salto hacia una economía basada en la innovación, es necesario trabajar en equipo, fortalecer los vínculos entre universidades, empresas y gobierno, y apostar decididamente por la investigación y el desarrollo.
La creación de un avión mexicano debe ser más que una noticia aislada: debe convertirse en un símbolo de lo que podemos lograr cuando creemos en nuestras propias capacidades. México tiene todo para ser un país líder en innovación, pero necesita decidirse a hacerlo. El futuro no se compra; se construye.
Cada peso invertido en tecnología nacional se multiplica en empleos, en conocimiento y en soberanía.
Apostar por la ciencia mexicana no es un lujo, es una necesidad imperiosa. Sólo así podremos dejar de vender materias primas y comenzar a exportar productos con valor agregado, hechos con tecnología desarrollada en casa.
Por todo lo anterior, los mexicanos debemos estar conscientes de que el desarrollo de nuestra sociedad se debe sostener de dos pilares principales, el conocimiento que como sociedad tenemos y el intercambio de información tanto al interior como con otras sociedades del mundo. Unidos con un solo fin.
Jefe de la División de Investigación y Posgrado de la Facultad de Ingeniería de la UAQ

