Una de las tareas más hermosas que un profesional puede ejercer, sin lugar a dudas, es la de ser maestro. Quien desempeña esta labor en nuestro segundo hogar —la escuela— se convierte en un verdadero artesano de la paz, pues su tarea, junto con la de los padres de familia, es formar en valores y principios a niños, adolescentes y jóvenes, quienes son el presente y el futuro de nuestra patria.

Así como es la vida en familia y en la escuela, así será la vida en la sociedad. Quienes nos convertimos en ciudadanos y actuamos en ella, hemos bebido de lo que nos han transmitido nuestros padres y nuestros maestros.

Por ello, es una gran responsabilidad ejercer esta hermosa profesión. Afortunadamente, el sistema formativo del maestro en nuestras instituciones educativas, especialmente en las Escuelas Normales, sigue un proceso estructurado. Quienes no tienen vocación para la educación básica —preescolar, primaria y secundaria— suelen desistir, ya que desde el primer semestre realizan prácticas en los centros escolares. Allí entran en contacto directo con los alumnos, padres de familia, personal de apoyo, directivos y toda la comunidad escolar. Esta experiencia les permite vivir los desafíos cotidianos de ese segundo hogar, y también reconocer si poseen las virtudes y atributos necesarios para formar a sus alumnos con paciencia y perseverancia, guiándolos para que se conviertan en buenos ciudadanos.

Tenemos la fortuna de contar a lo largo de nuestra vida con miles de maestros esforzados, talentosos y entregados, que han logrado formar en valores a quienes tuvieron la dicha de ser sus alumnos.

Incluso, en su momento, los integrantes de la Conferencia del Episcopado Mexicano expresaron en un documento publicado en 2012: “Ninguna otra tarea, fuera de la paternidad, supone una relación tan estrecha con niños y jóvenes, receptores de la acción magisterial. Por ello, la labor de los maestros es indispensable en el cambio de época que nos toca vivir.”

Los maestros están formados para ejercer su labor con autoridad y respeto a la libertad, como facilitadores y mediadores en el aula. No deben olvidar que su papel como verdaderas autoridades y ejemplos es decisivo para la formación de sus alumnos. Los jóvenes necesitan maestros con autoridad intelectual y moral, es decir, verdaderos educadores. No requieren que los adultos se "bajen a su nivel", sino que sean un referente y ejemplo a seguir.

Otro gran desafío que enfrenta hoy la educación es el uso de las tecnologías de la información y la inteligencia artificial. Sin duda, estas herramientas requieren del acompañamiento y discernimiento de los educadores —padres y maestros—, quienes deben incentivar un uso crítico de las nuevas tecnologías para que estas colaboren en el descubrimiento profundo de la realidad y faciliten procesos educativos que construyan comunión y corresponsabilidad. De ahí la determinación del gobierno, encabezado por Mauricio Kuri, de regular su uso en los centros escolares.

Por lo mismo, tanto padres como maestros deben capacitarse para desarrollar una adecuada capacidad crítica sobre los contenidos de los medios. Cuando no se cuidan ni especifican los criterios, estas tecnologías pueden terminar acercando a quienes están lejos, pero alejando a quienes están cerca, con la consecuente pérdida de conciencia sobre la realidad más próxima.

En muchas ocasiones podemos observar niños "ausentes" en sus familias o en la escuela: aunque estén presentes físicamente, están inmersos en el mundo digital.

Afortunadamente, todos estos retos pueden superarse, sobre todo con la confluencia de esfuerzos tanto en el hogar como en la escuela. Padres y maestros, como verdaderos artesanos de la paz, deben seguir formando a las generaciones presentes y futuras.

En este día, agradezco profundamente la labor de los maestros y les felicito por su entrega. Mi recuerdo perenne a aquellas maestras y maestros que dejaron una huella imborrable en mi vida.

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