No recuerdo si he compartido recientemente con mis lectores el interés que he acumulado a lo largo de los últimos años por el estoicismo, esa filosofía milenaria, que lejos de solo plantear ideas y conceptos, en realidad es una gran invitación a vivir plenamente, a no convertirnos en prisioneros de lo que suceda o no a nuestro alrededor, sino más bien a buscar, con nuestros dones y acciones, convertirnos en seres de luz y utilidad a los demás.
Esta martes, #DesdeCabina, quisiera traer una reflexión, respecto de una de las ideas más representativas de esta filosofía,“Memento mori” –“recuerda que morirás”, en latín– es una frase que nos llega desde la antigua Roma y que, siglos después, conserva una vigencia inquebrantable. No se trata de un llamado al fatalismo, sino de una invitación a vivir con conciencia. Recordarnos que el tiempo es limitado y nos obliga a apreciar lo cotidiano y a aprovechar cada instante en aquello que de verdad vale la pena: construir, servir, compartir y dejar huella. Esta frase vino sigilosamente a mi, por la marca, en mi cuerpo, del paso del tiempo. El envejecimiento es como morir un poco cada día.
El cuerpo humano, perfecto en su diseño y al mismo tiempo frágil en su destino, comienza a mostrar señales de desgaste mucho antes de lo que quisiéramos aceptar. A los 20 años creemos ser invencibles; a los 30 todavía caminamos con ímpetu; a los 40 empezamos a escuchar con más frecuencia el crujir de las articulaciones; a los 50 el metabolismo reclama pausas; a los 60 la memoria pide aliados; y en adelante, el organismo entero se convierte en un recordatorio tangible de que nuestra estancia en la tierra no es eterna. La biología no concede tregua.
Memento mori es aceptar que el tiempo no puede guardarse en una caja fuerte, ni comprarse en el mercado, ni prestarse a los amigos. El tiempo se vive, se desgasta, se acaba. Y en esa fugacidad radica su verdadero valor. Si fuéramos eternos, probablemente postergaríamos las decisiones más importantes; si supiéramos que hay una fecha de caducidad, la mayoría viviría con mayor propósito.
Por eso la frase se ha repetido generación tras generación, desde los filósofos estoicos hasta los líderes espirituales y pensadores contemporáneos. La conciencia de la muerte es, en realidad, una lección sobre la vida. Porque cuando entendemos que el cuerpo inevitablemente decae, que la fuerza se agota, que los días se cuentan, entonces surge la pregunta esencial: ¿qué haremos con el tiempo que nos queda?
La respuesta no está en acumular cosas, sino en multiplicar actos de bien. En lugar de obsesionarnos por prolongar la juventud a toda costa, podemos aprender a prolongar la bondad, la enseñanza, el servicio. Ser útiles para los demás es quizá la mejor manera de desafiar al tiempo. Un gesto de solidaridad puede perdurar en la memoria de alguien mucho más allá de la vida biológica de quien lo dio. Una palabra justa en el momento preciso puede marcar una diferencia duradera.
Memento mori: recuerda que morirás. Sí. Pero sobre todo, recuerda que aún vives. Y mientras la vida esté en tus manos, hazla valer en el servicio a los demás.
@Jorge_GVR