Hace un par de semanas, un viernes para ser exacto, lo empecé como cualquier otro; ejercicio matinal, desayuno en casa y mi traslado habitual al AIQ acompañado de varios podcasts que desde hace algunos años escucho con la regularidad que los traslados en solitario me permiten. No imaginaba la emotividad con la que iniciaría ese fin de semana.
“Evento de entrega de reconocimiento al AIQ”, decía la agenda para esa mañana de viernes; casualmente no mencionaba —quizá por una simple omisión—, de quién se recibiría el reconocimiento ni por qué. Llegué a la reunión, estaba organizada la pequeña sala de juntas de forma muy simple, con un pequeño auditorio integrado principalmente por jefes de departamento, compañeros con antigüedad variada en la organización.
La sencilla ceremonia inició con una breve ronda de auto presentación y surgieron posteriormente las participaciones. En la primera, desde el primer minuto, la garganta se me hizo un nudo, el corazón empezó a latir más fuerte y me propuse concentrarme en los mensajes para no llorar a moco tendido mucho antes de mi intervención. El Lic. Edgar Adrián Cabrera Meneses, presidente de Banco de Tapitas A.C., fue el primero en tomar la palabra, su discurso sencillo y elocuente inició con la historia de la asociación, los motivadores que le dieron vida y la gran necesidad de ayudar a familias con dificultades para sobrellevar tratamientos de niños con cáncer o padecimientos similares, todo parecía normal hasta que con un tono más emotivo agradeció al AIQ, a mí personalmente —yo no recordaba con claridad que ya teníamos una historia juntos— porque el aeropuerto, con su apoyo, con la presencia de los contenedores de tapitas que yo había autorizado instalar hace escasos tres años, la asociación se había podido sostener en su momento financiero en verdad difícil, “… ingeniero —me dijo—, usted no sabe lo que han hecho por nosotros, para que a su vez pudiéramos apoyar a cientos de familias con niños en condición de cáncer…”. Esta frase me terminó por quebrar, en verdad no lo había imaginado y de inmediato mi nerviosismo por contener mis lágrimas se hizo más evidente.
Me llegó el turno de tomar la palabra y tuve que contenerme un minuto para retomar el aliento y reponerme del impacto de una simple acción: el apoyar a una asociación civil de gran impacto en México, un impacto silencioso pero eficaz en un tema tan sensible como es la salud de cientos o quizá miles de niños que hoy luchan junto con sus familias contra el cáncer. Todos los compañeros, igual de sorprendidos, guardaron silencio, la sorpresa y emoción era total.
Este martes #DesdeCabina lo dedico a todas aquellas asociaciones civiles, públicas o privadas que silenciosamente ayudan y hacen la diferencia para miles de personas que lo necesitan; pero también a los que sin darse cuenta se suman a las diversas causas, a los que aportan tiempo o recursos, o sencillas pero significativas decisiones que igualmente pueden hacer la diferencia. Todos ellos son héroes, con o sin capa, que no vuelan, no salen en televisión o en redes sociales, pero que con sus sencillas acciones hacen el bien en silencio. Gracias.