Nunca he podido negar la cruz de mi parroquia, solía decirme mi madre, cuando yo era un pequeño prepuber —hoy así le decimos a esos hijos o hijas que se encuentran con algunos atisbos de iniciar esta intensa etapa de la vida, para no entrar en tecnicismos—, “…me gusta hacer las cosas bien, si no salen como me gustan por alguna razón, las vuelvo a hacer hasta que salgan como quiero, pero nunca, por dejadez, permitiré que queden mal hechas…”; acto seguido se sentaba conmigo a reiniciar aquello que no había quedado bien. Muchas veces esto sucedió y entre otras cosas, ayudó a moldear mucho de mi personalidad laboral.
Aunado a lo anterior, mi formación ingenieril, con algo de experiencia en teoría de control —esa es mi cruz—, me permiten reflexionar este martes #DesdeCabina sobre la necesidad de medir, todo lo que hacemos, de establecer uno o varios parámetros meta para la visualización de un estado deseado que, a partir de la identificación del estado actual, cuyo procesamiento (es decir, aquella intervención que se haga sobre él), permita transitar, con cierto impulso y energía (recursos), hacia un estado o condición deseados. De cualquier otra manera estaríamos ejerciendo “acciones de control” a ciegas, sin idea clara de hacia dónde se dirigen nuestros acciones de control (nuestros recursos).
Si juntamos ambas cosas, las acciones de control que idealmente pueden plantearse ante cualquier fenómeno físico o social, cualquier proyecto o política pública, podemos entonces lanzar acciones de control (intervenciones o nuevas políticas públicas) que permitan “transportarnos” en algún periodo de tiempo y con un esfuerzo que puede estimarse con bastante buena aproximación, hacia un estado deseado, llámese mejorar nivel de desempeño y logro educativo, reducción de pobreza en la población, incremento en la capacidad adquisitiva de la población, nivel de competitividad país o algún otro indicador que bien podría constituir una gran lista de aquellos indicadores trascendentes que deberíamos entender todos plenamente como parte de un todo, la permanente mejora de nuestro país.
Aquellos que nos dedicamos a la educación no podemos estar ausentes de la evaluación educativa (ni conceptualmente ni en ejecución), de su impacto como herramienta diagnóstica que de manera permanente e ininterrumpida nos debe impulsar, con bases sólidas identificadas mediante herramientas metodológicas, el compararnos con otros, o para empezar, con nosotros mismos en momentos previos, con la simple pero vital tarea de buscar la mejora. De qué manera se puede mejorar algo, ya no digamos corregirlo, si no lo medimos, si no nos sometemos a ese escrutinio hecho por nosotros mismos o mejor aún realizado por terceros.
De esa evaluación educativa, de su importancia para los que creemos en ella como herramienta imprescindible para mejorar y delinear con ello el futuro de nuestras comunidades esta dedicada esta breve reflexión #DesdeCabina de la aeronave que sigue surcando el horizonte y que junta a una multitud de compañeras mamás, recuerdo a su vez a la mía, que como muchas, sigue viendo por nosotros, sigue impulsándonos a hacer las cosas bien y a poner metas y objetivos que seguir. Es de mamás esforzarse y hacer las cosas bien, siempre.