Hablar de liderazgo, creo yo, es hablar de personas, es comentar sobre seres que sin querer o incluso sin darse cuenta, atraen miradas, provocan conversaciones y generan emociones e incluso sentimientos difíciles de pasar por alto. En el sentido positivo de estas emociones, levantan admiración, curiosidad, y en ocasiones una necesidad de cercanía, es decir, de querer compartir el mismo espacio y tiempo con ellos o ellas, de querer escuchar su conversación, de atraer su atención inclusive. En un término quizá demasiado simplista, inspiran admiración y respeto profundos.

Por otro lado están aquellas personas que igualmente atraen, que provocan sentimientos intensos probablemente de igual o mayor intensidad pero en sentido negativo, los que inspiran miedo, una aversión extraña, que llegan a provocar ansiedad o hasta malestar, esos que utilizan su cargo público o privado, su posición económica o jerárquica para “someter” a los demás consiente o inconscientemente.

De ambos quiero platicar este martes #DesdeCabina, de los líderes en términos más simples, de los que se ganan ese mote sin que el cargo, la posición económica y pública los abandere, esos que con sus acciones o inacciones dan de que hablar, para bien o para mal, entre sus cercanos.

No es que existan múltiples definiciones de liderazgo, lo que existen son múltiples dimensiones desde dónde puede abordarse la definición; desde la meramente clásica hasta la contemporánea aplicable a una diversidad de contextos; apoyado en diversas fuentes y autores como Peter Drucker y John Maxwell puede definirse al Liderazgo como esa capacidad para influir con propósito, gestionando personas, gestionando acciones a través de una visión compartida, mediante comportamientos que generan confianza y resultados consistentes en el tiempo, promoviendo el desarrollo de las personas, con énfasis en contextos cambiantes y de alto grado de incertidumbre. De la definición yo particularmente resaltaría la parte que refiere a los comportamientos que generan confianza y resultados consistentes.

Que agradable es coincidir con un jefe, un compañero e incluso con algún subordinado cuyo trato con los demás, sin importar la posición jerárquica, es amable, respetuoso, propositivo y profesional -que sería lo menos que podría pedirse-; que inspiran confianza para abordar temas delicados y que la gran mayoría de las veces tiene la disponibilidad de “asistir” o “couchear” con sus comportamientos, con sus consejos oportunos y prudentes. En contraposición, que incómodo, penoso o hasta despreciable puede ser el tener a ese jefe o colaborador que siempre encuentra la manera para hacer comentarios hirientes, despectivos o hasta groseros sobre las acciones, los resultados y trabajo de las personas, que siempre ve la forma para, en ocasiones públicamente, denostar sutilmente e imponer su voluntad haciendo ver a los demás como inferiores. Sobra decir lo molesto que esto resulta.

Para mi, y quizá para muchos que siguen esta columna y con los que comparto ideas, comportamientos e incluso visión, el verdadero liderazgo que impone es el que se gana con los hechos...

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