En un mundo que glorifica la productividad continua, descansar parece un lujo. Pero no lo es. Es una necesidad biológica, mental y emocional. El descanso no es tiempo perdido; es tiempo invertido en poder seguir.
La ciencia es clara. Diversos estudios de neurociencia y psicología han documentado los efectos del estrés crónico en el cerebro y el cuerpo humano. La Universidad de Harvard señala que el estrés sostenido puede alterar funciones cognitivas, debilitar el sistema inmunológico y acelerar procesos degenerativos. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud ya cataloga al “estrés laboral” como una epidemia global. Este martes #DesdeCabina, consiente de ese “derecho” al que hago referencia en el título de esta entrega quasi semanal, expongo algunos datos con algunas recomendaciones, que lejos de ser algo nuevo, buscan provocar la breve reflexión semanal a la que esta columna invita regularmente. Empecemos.
El problema no es el trabajo -dicen los estudios. Es la falta de pausas. Una investigación publicada por el Journal of Occupational Health Psychology encontró que trabajadores que toman descansos breves cada 90 minutos son más productivos, creativos y resilientes que aquellos que intentan rendir sin interrupciones. El cerebro humano simplemente no fue diseñado para estar en modo “encendido” las 24 horas del día, aunque nos empeñemos en ello e incluso presumamos esa “capacidad” superior de trabajar incansablemente.
Y no se trata únicamente de dormir -aunque dormir bien sigue siendo el pilar fundamental. El descanso necesario incluye momentos de silencio, desconexión tecnológica, contacto con la naturaleza, arte, juego, conversación sin prisa, meditación o incluso el ocio sin culpa. Descansar no es lo opuesto al trabajo, es su complemento esencial.
También hay evidencia que señala que no descansar distorsiona el juicio. En experimentos realizados por el Dr. Matthew Walker, autor de Why We Sleep, se encontró que la privación de sueño afecta áreas del cerebro asociadas a la toma de decisiones, reduciendo la empatía y aumentando las reacciones impulsivas. En otras palabras: sin descanso, nos volvemos versiones más pobres de nosotros mismos. Y aunque no lo queremos creer, se nota.
Ahora bien, ¿cuánto descanso es suficiente? La respuesta varía, pero hay algunas constantes claras:
• Dormir entre 7 y 9 horas por noche es esencial en adultos.
• Tomar pausas activas durante el día, al menos 10-15 minutos cada 90 minutos de trabajo continuo, ayuda a restaurar la atención.
• Desconectar digitalmente por bloques, especialmente antes de dormir, mejora la calidad del sueño.
• Programar descansos más largos (vacaciones reales) cada cierto tiempo —sin correos, sin notificaciones, sin trabajo encubierto.
Desconectarse no es irresponsable. Es un acto de responsabilidad consigo mismo y con los demás. La paradoja es que solo descansando podemos mantenernos en movimiento con sentido, lucidez y energía.
Vivimos tiempos que empujan al límite. Pero también vivimos tiempos donde hablar de salud mental, bienestar y equilibrio se ha vuelto urgente. De nada sirve alcanzar metas si llegamos a ellas exhaustos, vacíos o desconectados de lo que somos.
Ejerzamos pues ese derecho a desconectarnos.